Estado y poder de policía

Estado y poder de policía

JUAN D. COTES MORALES
«Todo gobierno necesita, como primer garante de su seguridad, una policía firme e ilustrada. La necesidad de castigar los delitos se debe a las imperfecciones de la sociedad que no sabe cómo evitarlos, más vale prevenir los delitos que castigarlos. La policía representa el orden en el conjunto social.

Al igual que la justicia hállase fundada para asegurar el cumplimiento de las leyes; para garantizar la libertad del ciudadano; para inspirar confianza a los hombres honrados.

Es falsificar su carácter, mostrarla enemiga y amenazante.

Toda buena política es comprensiva y positiva, tranquilizante y protectora.

La policía que vela por todos, sin exceptuar a nadie, sin violencia como sin debilidad, es la sola que atrae y tranquiliza.

Una policía personal y querellosa irrita, inquieta y desafecciona». Memorias de José Fouche (1754-1820), Duque de Otrante.

Es mi deber en este escrito divulgar otras palabras con las cuales se ha definido la policía y su función en diferentes épocas y países: buen orden, gobierno de la colectividad, vigilancia, seguridad, somatén, fuerza pública, guardia, agente, detective urbano, rondín, polizonte, esbirro, guindilla, chapa, aseo, limpieza, urbanidad, buena crianza, cortesía, etc.

Durante el siglo XIV en el lenguaje francés se adoptó la palabra «police» para designar el fin y la actividad del Estado.

En el año 1827, el juez Marshall, presidente de la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos utilizó por primera vez la expresión Poder de Policía atribuyéndole el concepto como el más esencial y el menos limitable de los poderes desde que su ámbito está dado por el bienestar general y la prosperidad pública. Es inalienable porque es inseparable de la soberanía.

Según jurisprudencia, «el hecho de que existan derechos, atributos y garantías a la libertad y a la propiedad del individuo perfectamente asegurados en todo régimen de derecho, no significa que ellos sean absolutos en el sentido de que no puedan ser limitados en su ejercicio y controlados cuando el interés general lo haga necesario. Esto es así porque si el individuo merece protección tanto más debe tenerla la persona del Estado que es su consecuencia, ya que es la que hace posible la convivencia y bienestar general del individuo. El estado debe poseer el poder suficiente para subordinar los derechos privados a las necesidades públicas. De allí que todo control legítimamente ejercido sobre las personas y sobre la propiedad, cualquiera que sea la forma que adopte, es una manifestación del «Poder de Policía del Estado».

Todos los autores que han consagrado sus vidas al estudio del Derecho Administrativo, del Derecho Constitucional y la Teoría General del Estado coinciden en definir el Poder de Policía «como una actividad del Estado que normaliza y regula los derechos por cuanto expresa una forma de actuar sobre las personas y las cosas por medio de la coacción y la obediencia».

Con la Policía Nacional sucede lo mismo que con la magia negra y la hechicería: Todo mundo quiere practicarla y utilizarla a su manera contra alguien o en su provecho personal.

Conozco a la mayoría de los jefes policiales y me honra su amistad. Ellos hacen más de lo que pueden para servir a la sociedad, en la mayoría de las ocasiones trabajando en circunstancias especialmente difíciles y, sobre todo, con muchas precariedades, bajo las órdenes de algunos oficiales arbitrarios, cuando no, sirviendo a funcionarios, empresarios, comerciantes, canjeadores, dueños de bancas, inciviles que los utilizan en actividades impropias, los vejan y humillan.

Las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional son más disciplinadas que muchas organizaciones políticas y sindicales y le sirven más y mejor a la población civil.

La policía es lo que es y lo que representa. Por tanto, no debemos «falsificar su carácter, mostrarla enemiga y amenazante», pues ella misma está amenazada por los vicios sociales, la marginalidad, el desempleo y todas las demás lacras que inspiran violencia.

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