Estados fallidos, fallantes o fallosos

Estados fallidos, fallantes o fallosos

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
El pasado 29 de junio el diario Hoy publicó en su primera plana un titular que decía: «El país está en la lista de estados fallidos». En el cuerpo de la noticia se informaba que la lista apareció en una publicación extranjera llamada Foreign Policy, auspiciada por un grupo denominado Fondo para la paz, «organización que busca evitar la guerra y aliviar las condiciones (sic) que esta causa», según reza el texto.

La información no indica en que país se edita la tal Foreign Policy. El lector puede suponer, por el nombre inglés, que circula en los Estados Unidos de América o en el Reino Unido de la Gran Bretaña, Escocia e Irlanda del Norte. Pero eso no es mas que una conjetura.

Podría ser muy bien impresa en las Bahamas o en cualquier isla inglesa de las Antillas. Tampoco se ofrecen muchas explicaciones sobre quienes componen en Fondo para la paz. ¿Es una fundación privada? ¿Son académicos sus directores? ¿Se trata de alguna ONG? ¿Es filial de un departamento gubernamental? El escueto despacho periodístico se origino en Washington y fue difundido por la agencia de noticias Prensa Asociada. Como se trata de «un estudio», a juzgar por el último párrafo de la nota, quizás sea útil conocer más detalles acerca del asunto.

Pero no hay dudas de que esta noticia es de gran interés para las sociedades pobres de América, aunque solo tres países ex – colonias del Nuevo Mundo están incluidas en la lista: Colombia, Haití y la República Dominicana. La lista de veinte países con «estados fallidos» la encabeza Costa de Marfil, seguida por el Congo, Sudán, Irak, Somalia, Sierra Leona, Afganistán, Ruanda, etc. La última línea de la noticia propone una interpretación del fenómeno: «La intervención foránea puede también ser un síntoma y dar lugar al colapso del Estado». Y aquí tocamos un resorte histórico muy tenso que nos lanza hacia la reflexión rigurosa y, a la vez, hacia la especulación arriesgada. La intervención foránea podría ser tanto un síntoma como una causa concurrente.

El Estado es siempre un órgano de coerción, de violencia, de fuerza; la cual se ejerce con o sin legitimidad. Cuando se aplica la coerción con legitimidad se quiere decir que hay consentimiento. Ese consentimiento lo da la sociedad que crea el aparato de mando que es un Estado. Las sociedades todas están formadas por grupos humanos con cierta comunidad étnica, lingüística, de costumbres, etc., «segregada» culturalmente en el curso de una larga historia. Las intervenciones extranjeras tuercen, frustran o destruyen, de mala manera, el sendero o conato de camino que los propios pueblos trazan para su incipiente organización colectiva. Cualquier persona que conozca algunos pasajes de la historia del viejo Sudán anglo – egipcio, verá claro que la intervención extranjera actúa como una manopla sobre los pueblos que pretende corregir, reformar, regular, o «civilizar». La manopla, por supuesto, produce un trauma y una deformación difícilmente reversibles. En el Sudán se experimentó por primera vez la figura jurídica conocida con él rotulo de fideicomiso, que ahora se propone formalmente -y se practica de hecho- para Haití y otros países.

La historia del Congo belga es una espantosa crónica de exterminio y explotación. El rey Leopoldo II de Bélgica organizó en el Congo un genocidio de proporciones no superadas aún por otra potencia interventora. Se le achaca a Leopoldo II la muerte de la mitad de la población del Congo, unos ocho millones de personas. Joseph Conrad, novelista inglés de origen polaco, escribió El corazón de las tinieblas, una maravillosa narración corta montada sobre la vida de algunos europeos en el Congo belga a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Contiene esta novela la escena dantesca de una cañonera francesa que desde un río bombardea la floresta, símbolo demencial de la destrucción simultanea de la raza negra y de la naturaleza africana. El general Mobutu representa la previsible consecuencia –casi actual- de la «historia inmediata» del Congo belga. Sin el «efectismo» novelesco de Conrad, sin la alegoría de la cañonera, ha ocurrido lo mismo en Haití. El Estado que surgió en 1804 tuvo que pagar «reparaciones» a Francia –incluso en maderas preciosas– para obtener el reconocimiento de su independencia política. En Haití se han talado los bosques desde antes de 1777, fecha de la firma del Tratado de Aranjuez. Al dibujar el mapa con los limites de ese acuerdo entre Francia y España, se consignó en él la localidad de Bois-tombé, esto es, bosque tumbado.

La dictadura de Trujillo nos marcó con hierro ardiente. Todos los días vemos las huellas de su paso por el gobierno, el poder de persuasión ejemplar que conservan sus decisiones despóticas. Trujillo fue uno de los resultados de la intervención militar de los Estados Unidos en la RD entre 1916 y 1924. Trujillo llegó a mandar la policía establecida por los interventores, único cuerpo armado con que contaba nuestro país al lograrse la desocupación. Toda la población había sido previamente desarmada; y los caudillos locales aniquilados o neutralizados. La dictadura de Trujillo encontró franco el camino tras los estragos de una manopla extranjera. Se sostuvo por la misma razón y su caída tiene idéntico origen. Las mataduras sociales de la manopla trujillista son causa de la prolongación en el tiempo: del Estado fallido y de los políticos fulleros en la RD. Tantos grilletes nos han provocado un terrible «sarcoma de la conducta».

henríquezcaolo@hotmail.com

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