Los Estados Unidos de América han elegido a un afroamericano por primera vez en su historia democrática: Barack Obama, mezcla de un negro africano, oriundo de Kenya, y una blanca norteamericana, oriunda del Estado de Kansas, concebido y nacido en el Estado de Hawai.

Este hecho histórico, de repercusiones mundiales, tanto por sus implicaciones geopolíticas como por la composición étnica del presidente-electo Obama, ha de poner en prueba el carácter del nuevo presidente, así como la maleabilidad de los poderosos intereses que han dominado la política de la ciudad del Potomac. Estamos frente a un cambio trascendental en Estados Unidos, cuya naturaleza es tanto de origen generacional, así como del nuevo país norteamericano, producto de la creciente importancia que han logrado las minorías negras y las corrientes migratorias nutridas por los latinoamericanos.

Mulato como nosotros, Barack Obama ha obtenido una significativa victoria con su campaña de “Cambio en que podemos creer” y “Sí podemos”. Azotado los Estados Unidos por una grave crisis financiera, generada por las fuerzas incontroladas del mercado capitalista, así como por una pérdida de confianza en el sistema político para proteger los intereses de las grandes mayorías, además de una política guerrerista, propia de un auto-proclamado gendarme internacional, la primera potencia mundial puede estar en la antesala de recobrar su perdida influencia a nivel mundial, resultado de lo yerros cometidos en ocho años de la inepta política republicana.

Ojalá que a Barack Obama se le permita llevar a cabo su sueño de un país unido, en armonía con un mundo plural, que ya tiene a otros pretendientes por la supremacía mundial.