Unos encantadores de serpientes, los últimos de los cuales habrían caído antier en la red tendida localmente por autoridades contra individuos querellados como estafadores inmobiliarios, son de suficiente maldad y perjuicio social para colocar a la República Dominicana en el mapa de los máximos peligros cuando de adquirir bienes ofertados como tangibles en terrenos o edificios que luego se demuestran inexistentes o amparados en falsedad de escritura. Las víctimas favoritas de estas fechorías han sido dominicanos residentes fuera que acumularon ahorros pasando toda una vida trabajando y que proyectan regresar a pasar los últimos días de la vida en su patria. Una horrible pesadilla es lo que realmente les dice presente. Una desconcertante imprevisión, tanto de quienes compran como de autoridades que deben tener vigilancia sobre incursiones fantasmas en la comercialización de propiedades, ha servido para desfalcar con frecuencia a residentes en el exterior. Nadie con suficiente nivel de alerta, debería avanzar pagos a veces millonarios sin previa certificación, hasta por vía consular, de que tales o cuales supuestos agentes inmobiliarios ejercen con solvencia y acreditación a nivel nacional. La electrónica convertida impunemente en medio para capturar clientes de ultramar.
La interconexión digital llevada a ser herramienta accesible a la criminalidad aunque es también efectiva con algoritmos para la explorar el tráfico de mensajes de fines delictivos. Procede una ofensiva, detectivesca si se quiere, para detectar a los vendedores no autorizados que prometen paredes y techos quiméricos que se han estado llevando entre las uñas cientos de millones de dólares de ahorrantes dominicanos. Con amplia difusión de mensajes debe alertarse a comunidades externas de que las consulados, previamente habilitados para esos fines, suministrarán informes puntuales sobre condiciones legales o fraudulentas de vendedores de inmuebles. En años recientes se descubrió a individuos que con impunidad timaron a centenares de personas con promesas de mágicas multiplicaciones de sus haberes y a quienes conquistaban, con anuncios de prensa incluso, a numerosas personas que creyeron, sin legitimación documental, de que compraban acciones y criptomonedas en mercados de valores.