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Un reportaje de uno de los principales noticiarios del país mostraba a un hombre echando agua barriendo varios litros de sangre. El piso estaba completamente rojo. La sangre pertenecía a Soraida Morel, quien minutos antes había sido asesinada por su expareja, Eduardo Humberto Beato.
Lo demás era puro llanto, testimonios de familiares exigiendo justicia a un Ministerio Público que no ha dado la talla con este problema, y relatos de vecinos contando cómo ese hecho se veía venir, pues hacía tiempo presenciaban los abusos físicos y emocionales a los que estaba sometida la víctima.
Desde todos los ángulos la escena es desgarradora: la madre que pierde una hija, los niños que se quedan huérfanos y que cuando crezcan sabrán que su padre mató a su madre… y lo peor de todo reiterativa. Se repite con frecuencia pasmosa en toda la geografía nacional.
Las cifras señalan que en lo que va de año son más de 50 mujeres las mujeres a quienes sus parejas o exparejas le han arrebatado la vida y los sueños. La semana pasada, sólo en un lapso de 48 horas mataron cinco, lo que confirma la gravedad del problema.
Si partimos de la definición estricta de la palabra epidemia, que hace referencia al daño o perjuicio que sufre una parte importante de la población en un periodo de tiempo determinado, tendríamos que concluir que los feminicidios lo son.
Sin embargo, este es el último escalón de una violencia que comienza en los hogares cuando a las niñas se les dan menos derechos y libertades que a sus hermanitos. Continúa en las escuelas donde a ellas se les enseñan actividades que incitan la sumisión y a ellos la agresividad. En las iglesias cuando para las mujeres solo se reservan tareas de asistencia y las posiciones de poder la ocupan hombres.
También en los partidos políticos, donde se niegan a cumplir cuotas que garantizan la participación equitativa en candidaturas y puestos. En las empresas, al pagarles menos. En los medios de comunicación, cuando se le vende como mercancía sexual y se relatan estos feminicidios con morbo y justificación (hombre celoso mata mujer) y en las calles cuando caminar una esquina es una odisea porque los hombres se sienten con el derecho de comentar en voz alta lo mal o bien que te ves y hasta de tocarlas si los ignoran.
Estos sistemas y las ideas que imperan son caldos de cultivo para los feminicidios y las solución tiene que dar respuesta a ellos y ser, como la problemática, sistémica e integral. Esto si es que de verdad no se quiere que muera ni una más y no se trate sólo de un lema o una campaña más.