¿Estamos preparados?

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MARLENE LLUBERES
La humanidad se ha envuelto en una rutina constante, convirtiéndose en su principal propósito el logro de metas enfocadas en la obtención de mayores niveles de vida, tratando de producir un incremento en el poder adquisitivo ya que esto conllevaría el disfrute de ciertos placeres, bajo el entendido de que traerían “alegría” y “un buen merecido esparcimiento”, después de una ardua jornada laboral.

Una vez formulado este análisis, común en el desarrollo de nuestra sociedad, nos surge la interrogante: ¿Será este el propósito único y fundamental de nuestras vidas? La continua búsqueda por saciar esta necesidad, de manera infructuosa para algunos, y, para otros, al lograr lo que es su anhelo, descubrir que no les satisface, origina grandes niveles de agresividad, intolerancia e impaciencia.

A esto debemos agregar que el hombre, en su mayoría, está siendo dirigido por el interés particular y el beneficio personal, lo que ha provocado que los valores de nuestra sociedad se hayan invertido, dejando a un lado el conducirse bajo parámetros concretos, desconociendo los valores de Dios y su Palabra.

La perversión sexual, en todas sus manifestaciones, el consumo de alcohol en embriagueces y disipación, el juego y la falta de temor de Dios, son grandes males que caracterizan nuestra sociedad.

En muy pocas ocasiones nos detenemos a pensar en lo que ocurrirá con nuestras vidas cuando nuestro paso por esta tierra culmine: en el funeral de un ser querido, en la muerte inesperada de un amigo cercano. Probablemente, atravesando estas dolorosas circunstancias, reflexionemos por un instante, para luego desechar el pensamiento y reiniciar nuestro trajinar hasta el próximo hecho de dolor, donde surgirá la pregunta: ¿Por qué vivimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es el sentido de nuestro existir? Verdad ineludible e incuestionable es que un día tendremos que marcharnos, en un instante, el soplo de vida que nos sustenta se desvanecerá y, en ese momento, nos encontraremos frente a una realidad que no pensamos enfrentar.

Sin dudas, el día de rendir cuentas llegará, es tan cierto como que sabemos que después del día viene la noche.

¿Cómo nos preparamos para el tiempo que nos resta?

Muchos viven sin Dios, sin tomar en serio el pecado, llamando a lo malo bueno y, sin embargo, siendo para el mundo honorables, personas de éxito, pero nunca preocupados por “la otra vida”, por el después. La realidad indiscutible de que es en esta tierra donde es necesario decidir el lugar donde habitaremos por la eternidad no les inquieta.

A los que así viven, el Señor les dice: “¡Necios!” y les pregunta quépasaría con sus almas si fuesen pedidas en este mismo instante.

No dudemos en que no hay mayor descuido que el de nuestro bienestar eterno, por lo tanto, hagamos nuestro el pensamiento de Jesús, permitamos que more en nuestros corazones para que podamos actuar como El lo haría, siendo bondadosos y compasivos los unos con los otros, perdonándonos mutuamente así como El nos ha perdonado nuestras faltas cuando nos arrepentimos de corazón.

Es Jesús el que tiene el poder de regalarnos una vida de alegría y paz, aun en medio de las frustraciones y deseos no cumplidos, sólo en El existe plenitud de gozo y abundante vida.

Amemos a los demás con el mismo amor con el que Dios nos amó cuando envió a su propio hijo a morir en una cruz, sacrificando su vida para pagar el precio que únicamente El, que era perfecto, podría pagar, brindándonos así el privilegio de la salvación, evitándonos el vivir separados eternamente de Dios, cuando lo recibimos en nuestros corazones.

Dejemos a un lado el enojo, la gritería, la maldad, la amargura, la corrupción e iniciemos una vida cuyo sentido esté en atesorar, no para esta tierra, donde absolutamente todas las cosas perecerán, sino para el cielo, donde los ladrones no minan y hurtan. Que nuestro tesoro esté en querer vivir de forma tal, que al final de nuestros días, tengamos la seguridad de que estaremos en la presencia del Creador, quien es el principio y es el fin.

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