Estampas musicales con Trujillo y apagones

Estampas musicales con Trujillo y apagones

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
El 12 de octubre de 1932 la llamada “Orquesta Sinfónica de Santo Domingo,” resultado de la evolución del memorable “Octeto del Casino de la Juventud” creado y lidereado por el insigne Maestro José de Jesús Ravelo y apoyado entusiásticamente por un grupo de músicos apasionados por el arte grande, al cual se entregaban gratuitamente, se presentó en la “Casa de España” con un ambicioso programa. Se iniciaba con la Obertura “Egmont” de Beethoven e incluía el gran colorido del Poema Sinfónico “En las Estepas del Asia Central” de Alexander Borodín, aquel hijo ilegítimo de un príncipe ruso que manejaba una impresionante paleta sonora.

Relumbrando desde un sillón adecuado a su categoría de Primer Mandatario estaba el presidente Rafael L. Trujillo, quien ya había otorgado una subvención de cien pesos mensuales que se le había solicitado para pago de gastos como el alquiler del local de ensayos. Faltaban casi diez años para la creación de la Orquesta Sinfónica Nacional, oficializada.

El caso fue que en medio del concierto, falló la energía eléctrica y en la envoltura de lobreguez y desconcierto con discretas jaladeras de revólveres para protección del Presidente, el superensayado concierto prosiguió sin interrupciones.

El repertorio estaba memorizado.

Trujillo quedó muy impresionado. Su reacción fue la de disponer la compra de nuevos instrumentos, habituales en una Sinfónica, pero inexistentes en el país. Llegaron fagotes, oboes, tímpanis. No sé quien estableció el pedido, pero hasta el “corno francés” imprescindible en una Sinfónica llegó para entusiasmo de Enrique de Marchena (padre), quien torturó a su vecindario con interminables prácticas.

Ahora resulta muy cómodo malignizar todo lo que hizo Trujillo, pero, hasta por error, capricho o descuido -pongámoslo así- se efectúan cosas positivas.

¿Teatral?

Sí, aunque respetuoso de las formas.

Cuando yo debuté como solista con la Sinfónica -ya Nacional- en el Palacio Nacional en un Concierto dedicado al Contralmirante norteamericano Barbey, con diecisiete años de edad, Trujillo, a corta distancia, permaneció inmóvil y -aparentemente- inmerso en mi interpretación del Concierto en Mi menor de Juan Sebastián Bach acompañado por la Sinfónica que dirigía Abel Eisenberg. Imagino que debió sonarle aquello como música china al dictador, pero el hombre sabía “guardar las formas” de un Presidente.

Otras veces, mayoritariamente, era un tirano sin escrúpulos ni consciencia.

A lo que voy con el recuerdo, narrado por testigos (yo apenas tenía un año de edad cuando aconteció lo de la Casa de España en el ‘32) es al impacto de un corte de energía eléctrica en medio de una presentación artística.

Recientemente, en ocasión del Día de las Madres (que debían ser todos) se presentó la Orquesta Sinfónica del Conservatorio y el Coro Nacional en un homenaje conjunto que se llevó a cabo en la amplia y adecuada Sala de Conciertos del edificio donde se encuentran las Escuelas de Bellas Artes en la Plaza del Conservatorio, construido el edificio durante el anterior gobierno del Presidente Fernández. Pues, en cierto momento de la presentación, casi al cierre de la misma…se fue la electricidad. Todo quedó, no en penumbras sino en caliginosa atmósfera. Coro y orquesta interpretaban famosos fragmentos de “El Mesías” de Handel, incluyendo el “Aleluya!”.

El programa tan ambicioso como aquel de la Sinfónica de Santo Domingo en 1932, se había iniciado con un homenaje a las madres y a la nacionalidad.

“Patria adorada” de Aura Marina del Rosario y el “Himno a las Madres” con textos de doña Trina de Moya, esposa del presidente Horacio Vásquez, luego vino una “Invención” de Juan Sebastián Bach (uno de sus prodigios de creación) arreglada para coro por el director José Enrique Espín -quien es profesor de armonía del Conservatorio eficiente doctor en medicina, y eficaz director del Coro Nacional.

Pues, a oscuridad total, tanto la orquesta del Conservatorio como el Coro Nacional, continuaron su interpretación, sin dudas ni descalabros.

Consecuencias del trabajo arduo. De la intención de ofrecerle al país todo lo que se tiene. Sobre todo, amor, capacidad y disposición de entrega.

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