Están en algún sitio

Están en algún sitio

En el año 1994 fue suscrita la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada. La Asamblea de Naciones Unidas aprobó, en el año 2006, la “Convención Internacional Para la Protección de todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas” y define la infracción como: “el arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes del Estado o por grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento del paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola a la protección de la ley.” Después de su aprobación, existe el derecho a no ser desaparecido y el derecho de los familiares de las víctimas a saber cómo ocurrió la desaparición.

Las locas de la Plaza de Mayo comenzaron su trabajo antes del aval que proporciona la norma internacional. Así ocurrió en Chile, en Uruguay, en Brasil y el saldo ha sido tan positivo como desgarrador. El abuso trasciende la región y en el planeta, las cifras de desapariciones forzadas atormentan.

La Asamblea General de Naciones Unidas dispuso el 30 de agosto como “El Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas.” Luisa de Peña Díaz, Directora del Museo Memorial de la Resistencia-MMR- apuesta y provoca. Quizás en ocasiones se desespera pero persiste. Ha colocado el día en la agenda y solo eso imputa. Pretende develar misterios. Terminar con la negligencia que apaña la culpabilidad y convierte a las víctimas en cómplices. Y de nuevo adviene el mea culpa. Porque es una tarea aplazada la reivindicación de las desapariciones para establecer autorías, vencer el silencio y la evasión. Porque el tiempo no puede validar estipulaciones cobardes para distorsionar hechos, confundir circunstancias. La distorsión es tan grave como callar.

La gestora del MMR desafía la desmemoria con la conmemoración. Quiere desatar el nudo que atortoja conciencias. Exponer las miserias de las desapariciones ocurridas desde el 1930 hasta el 1996.

Configurar el crimen. Las desapariciones obedecen a un método, no es el albur que las determina. Es un proyecto. El nazismo las organizaba. El general Videla las defendía. Jamás tuvo empacho para avalar el hecho y la incertidumbre que provoca. La tiranía trujillista las negaba, estuvieron encubiertas tras fugas, accidentes, deserciones. Balaguer alegaba desconocimiento y en el mejor de los casos atribuía culpas a “los incontrolables.”

El tema siempre obliga la revisión de archivos para hacer un pastiche con lo escrito antes y recordar que el desaparecido es una sombra. Ansiedad constante, asomo en cualquier camino, en el lugar del horror o de la ternura. Es voz que se escucha en el desvelo del tormento y la esperanza. Sus pasos retumban cansados después de tanto vagar buscando una identidad de cadáver o de vivo. No envejece, está detenido en la última fotografía retando y venciendo el tiempo. El desaparecido no se despide, permanece. Molesta porque incrimina. Hostiga a los responsables. Saben que su víctima en algún momento, regresará, como acusación o progenie, como historia o felonía, indagando los motivos de su peregrinaje. En Chile, los familiares de los desaparecidos no cambian de casa ni cierran las ventanas para evitar el extravío del ido cuando decida el retorno. Porque se espera siempre. El desaparecido es ubicuo. La legislación dominicana define al desaparecido como “la persona cuya muerte es casi segura”.

Paradoja jurídica, en el adverbio está el dolor, la perpetua incertidumbre, consecuencia del involuntario abandono. Porque, como escribe Benedetti, “están en algún sitio.” Como huella, relato, suspiro o mirada, pero están. El deber es encontrarlos.

La sociedad de las colindancias y compadrazgos, de las indiscreciones, el bochinche y el acotejo, tiene que enfrentar ese pendiente. Tanto secreto es burla. La jornada de la Directora del MMR necesita eco. Es una profesional que ha vencido la mezquindad y puede exhibir el fruto de un trabajo contracorriente. Sin arrendar heroísmos ni inventar martirologios.

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