¿Estaremos mejor?

¿Estaremos mejor?

El pueblo se desesperó no sólo porque vio cómo se alejaba de su mesa la posibilidad de comer y cuán difícil resultaba encontrar solución a sus problemas de salud, educación, transporte, empleo, vivienda, en un país donde a diario se disparaban los precios de alimentos, medicinas, combustible y otros bienes y servicios. También se cansó de que relajaran a costa de su deplorable condición casi de miseria, sin poder contar en su angustiante camino con un céntimo para escaparse a descargar en un vacacional, un bar, una cafetería, el estrés a que lo sometió la crisis.

Funcionarios y empleados premiados por su militancia con una vida ostentosa, le estrellaban con insoportable jactancia las nuevas adquisiciones que les proporcionaba la lealtad y a las yipetas, esplendorosas viviendas, suntuosas fiestas, opulentas comidas, ropa de marca, agregaban una prepotencia y un abuso de poder que a veces se traducía en tiros al aire y al blanco, en ocasiones con lamentables saldos de muerte. Los favorecidos se convirtieron en maestros en el arte de echar vainas, en magos de la provocación. Más que condolerse, gozaban con hacer sufrir al desvalido exhibiendo con alarde su ejército de guardaespaldas, la interminable caravana de vehículos conseguidos a fuerza de estar pegados, los franqueadores complacientes que detenían el tránsito para que muchos de ellos, empleaditos de baja categoría, salieran escandalosamente guayando gomas. Poco les faltó para que anunciaran por altoparlante sus retiros de fines de semana a sus fincas privadas. Entre esta pléyade de nuevos ricos a costa de la política, había unos notables saltapatrás sin más preparación que su habilidad para trepar, tumbar polvo y organizar intranquilizantes diabluras y marrullas para seguir aumentado su patrimonio personal.

Ese comportamiento indeseable indignó a una población que se sintió humillada, amenazada, insegura, burlada. A estos soberbios oportunistas los respaldaba la indiferencia de sus superiores que ante las quejas remachaban al querellante con un ‘de atrás para a’lante’ verbal que hizo historia. La administración pública, que había sido adecentada, volvió a ser caótica. El pueblo votó en contra de muchos de esos distinguidos rufianes que de pasoleros llegaron a ser administradores y dueños del erario.

Todo eso puede que mejore. Habrá un respiro de boches, probablemente se hará una reestructuración en las instalaciones físicas públicas y se producirá una vuelta a la eficiencia del servidor oficial. Tal vez la humildad sustituya la vana altanería y bajen los humos altos que de paso se llevaron la unidad familiar de ministros deslumbrados por su gloria que ya declina.

Lo que parece que va a seguir igual es la pobreza, que el poder adquisitivo será cada vez más bajo. Economistas de todos los bandos auguran hasta hambrunas, apagones de veinte horas diarias y casi la ausencia total de la energía eléctrica. Dicen que volveremos al carbón y que tendremos que aprovechar al máximo la luz del día, que la gasolina seguirá subiendo porque el aumento del precio del barril de petróleo no se detendrá. Que la prima del dólar continuará en alza.

Así no fue que hablaron ni los que se van ni los que vienen. Cuando las promesas de la campaña se evaporen se sabrá con quien estábamos mejor, si es verdad que volverá el progreso. Habrá mucha gente desilusionada porque en el afán por quedarse en el mando, o por llegar al poder, nadie le dijo al votante que el prometido bienestar era relativo, que dependía de la situación económica mundial. Como siempre, todos sembraron esperanzas conociendo realidades irreversibles. El pueblo, sin embargo, está esperando el 16 para ver bajar el pollo, el arroz, los plátanos. Quiera Dios que no le pase como a Pilarín.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas