Cuando una vez se habló de reformar la Constitución para extender el período, bajo la premisa de que cuatro años no eran suficientes para poder cumplir con un programa de gobierno, alguien argumentó con mucha razón, que para algunos 5 ó 6 años podrían ser pocos, sin embargo para otros cuatro años podrían resultar demasiado, pues aunque todo depende de criterios y de quien ocupe la presidencia, en realidad nadie sabe a quién le va a tocar y cómo lo va a hacer.
Es decir, que lo recomendable no es legislar ni promover reformas para acomodarlas a una situación particular. Para alguien con determinadas condiciones o para complacer la aspiración de un grupo, aunque cuenten con la mayoría suficiente para realizarla, no importa si las condiciones de ese momento, según la opinión del grupo, favorecen dicha reforma.
Nunca se debe pasar por alto que los tiempos cambian de manera rápida, como tampoco que las condiciones para ser presidente son básicamente tener mayoría de edad y contar con un partido que lo postule. Eso no garantiza nada, sobre todo en un mundo donde prevalecen normas apartadas cada vez más de la ética y la moral y donde cada día las instituciones se hacen más permeables y menos escrupulosas.
Bajo esas condiciones nadie puede asegurarle a los que hoy están promoviendo la reforma constitucional, particularmente a los sectores de poder, que de seguro se encuentran en una situación cómoda y privilegiada, que mañana las cosas estarán igual, pues podría comenzar el rechinar de dientes. Hoy conocemos la mayoría de los que manifiestan aspiraciones, abierta o de manera solapada, pero en realidad nadie sabe lo que el destino nos tiene reservado. Nadie, aunque fuera arzobispo tiene ni remota idea de quiénes serán nuestros futuros presidentes, ni a quiénes se les iría a brindar en bandeja de plata una reforma que aumenta poderes, para que luego nos la estrujen a todos, por el cuerpo entero.
Usted puede hablar o soñar con lo que le gustaría que ocurra dentro de tres o cuatro años, pero no puede asegurar, que quien gane la presidencia, por las razones que fueren, no resultaría un megalómano o una persona con ambiciones sin límites, que se convierta en un peligro.
No todo el mundo sabe utilizar las mismas herramientas. Las hay que sirven para el bien como también para el mal. Limitar a las autoridades el uso de las herramientas, significa brindarse la sociedad a si misma, tranquilidad y sosiego a mediano y largo plazos.
La reforma constitucional no va a resolver los problemas económicos y sociales que tenemos, con tendencia a agravarse. Dejen eso para después de las elecciones del 2010. El pueblo ha sido más que generoso con las presentes autoridades, con el Congreso y con los Conciliadores. Recuerden la frase de un gran pensador cristiano: A veces se abren puertas que resultan ser tumbas.