Estilo botarate

Estilo botarate

Tal vez estemos rotundamente equivocados quienes criticamos el modelo económico aplicado en el país. En horas recientes, a propósito de una denodada defensa de políticas monetarias y de gastos, cavilé sobre cuanto ocurre. Tal vez, me dije, se encuentran tan encumbrados los que administran el Estado Nacional, que no saben cuanto ocurre aquí abajo. Me dije más, sin embargo. Son confundidas acciones específicas de política monetaria, con un “modelo económico”.

En su famoso curso de economía, Paul Samuelson recordaba que los bienes son finitos y los requerimientos de éstos, infinitos. El famoso economista explicaba que la disparidad determina no sólo uso racional de los recursos, sino planeación y priorización. El aserto anima a lo que no es más que una argucia semántica: “modelo económico”. Pese a lo propuesto, pese a que constituye un simple acto de prestidigitación de diletantes de la economía, todo modelo económico tiene sustancia.

Al diseccionar un modelo, lo primero que debemos hallarle –si está sano y respira con sentido social- es el bien común. En caso de ausencia de éste, todo empeño -para decirlo en lenguaje coloquial-, vestirá un santo, desvistiendo a otro. Ocurrirá ello, sobre todo, en naciones en donde la pobreza es, más que un mal extendido, un cáncer social. Los dominicanos podemos incluirnos en el listado de los últimos.

Todo modelo por ende, debe orientarse más que al crecimiento de la economía, al desarrollo. El desarrollo implica al bien común y, por ende, la promoción de la persona humana.

El modelo mostrará, además, disposiciones ágiles y creativas para impulsar la producción de bienes y servicios. Se reconocerá en él un sentido de ahorro público y doméstico que tienda a la inversión de la infraestructura social y a la indispensable producción. La morigeración será característica sustancial del modelo. Estimulará el intercambio comercial, que recurrirá constantemente al aliento imaginativo volcado en la producción.

Sin que estos elementos aparezcan como parte del cuerpo y la esencia del modelo, se hablará mucho sin alcanzar nada. Este es el caso dominicano de los últimos tres lustros. Y cuanto es peor, las prioridades ni siquiera abarcan la satisfacción de las necesidades básicas de la población. Por lamentable que resulte admitirlo, ofrecemos atención, únicamente, a los requerimientos de los acreedores. Sobre todo de los externos.

Bajo tales circunstancias, por consiguiente –me dije al término de mis reflexiones-, no puede hablarse de un modelo económico. Puede hablarse de un modelo de disipación, para el cual, el Pueblo Dominicano, nada cuenta.

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