Estilos de vida en República Dominicana

Estilos de vida en República Dominicana

JOSÉ LUIS ALEMÁN S.J.
Cerramos un año que para muchos ha sido difícil. Pensaba escribir como en contrapunto sobre algo de lo mucho positivo que él cubre. Pensaba, por ejemplo, en los emigrantes y sus remesas que tanto aliviaron este año como otros pasados el mal vivir de familiares y la sed de divisas requeridas para pagar petróleo, harina y otras necesidades.

Pero un shock publicitario me ha perturbado el ritmo del pensamiento al exhibir ante ojos incrédulos anuncios en refinados Suplementos Sociales de vinos que cuestan por botella 2,220, 2,295, 2,595, 3,416 (casi el «pi» de la geometría sibarita italiana), 4,424, 5,500, 9,600 y módicos 12,600 pesos. Sí: doce mil seiscientos pesos. Quisiera creer que se trata de cajas pero me temo que el precio es por botella. Aunque a decir verdad aun si de cajas se hablase no hubiera disminuido gran cosa mi asombro. Ya curado de espanto vi en el Suplemento Social de otro diario el anuncio de un reloj de pulsera para hombres de US$14,300 (catorce mil trescientos dólares ó 420,000 pesos).

Problemas de estar fuera del mercado vitícola y del joyero pensé como economista. O tal vez el dólar estaba a 50 pesos cuando se hizo el pedido. Pensé también con pena en las damas elegantes, muy decentes y cristianas, que se esmeran en festejar a familiares y conocidos ofreciéndoles esas delicadezas. Añoré a Víctor Espaillat Mera, aquel gran aristócrata santiaguero quien usaba sólo un Volkswagen en su ciudad y un Chevrolet para ir y volver con mayor seguridad a la Capital «para no ofender a la pobre clase media» brujuleada siempre por las modas del Norte de la aristocracia adinerada. Hoy he aprendido que esas conductas más que ofensivas son envidiadas. Me costó aceptar esta tendencia.

Entonces decidí escribir sobre los estilos de vida de la Republica Dominicana, no osé titularlos de dominicanos, aprovechando el soberbio y muy ilustrativo estudio del Banco Central sobre la canasta familiar según quintiles de ingreso para determinar la marcha del índice de precios al consumidor. Obviamente la canasta de los superricos no figura allí por limitaciones demasiado comprensivas de su mínima presencia aunque larga cola en el universo muestral.

1. Estilos de vida por grupos de ingresos

Los economistas solemos considerar diversos tipos de consumo dividiendo la población en cinco grupos de igual tamaño cada uno pero de ingreso diverso. El primer quintil comprende al 20% más pobre, el segundo a los próximos 20% hasta llegar, quinto quintil, al 20% con los más altos ingresos.

Los datos en los que baso este rudimentario análisis no se refieren a qué cantidad de dinero se gasta por bien consumido sino a qué porcentaje del ingreso disponible se dedica a ese bien. Por ejemplo sé que el consumo en alimentos y bebidas tanto en el hogar como en bares, restaurantes y hoteles monta el 59% de sus gastos totales mientras que el 20% más rico de la población encuestada y tabulada (repito: por lo tanto no los multimillonarios que son pocos) dedica a ese renglón sólo el 27% de su gasto total, pero ciertamente si aquellos gastan 3,000 pesos mensuales es muy posible que éstos consuman 20,000 pesos.

Muchos dirán que así la información ofrecida no dice gran cosa. Pero en realidad estoy afirmando que los más pobres sólo pueden consumir el 41% restante en gastos de vestido, vivienda, muebles, educación, etc. mientras que los más ricos gastan en estos renglones el 73% de su total de gastos.

Los datos del Banco permiten además, y esto es más importante, examinar qué clase de alimentos y bebidas se consumen por cada quintil de nuestra población. Curiosamente si tomamos los seis alimentos que prefiere, por gana o por necesidad, cada grupo de ingresos apreciaremos la existencia de la misma dieta básica aunque por supuesto de calidad diversa: arroz, carne de pollo, plátanos verdes, pan, leche y habichuelas con predominio colorao. En una lista de siete incluiríamos aceite de soya para el 60% más pobre y, curiosamente, la cerveza para el otro 40% más adinerado.

La diferencia porcentual del gasto familiar es prácticamente la «misma», inferior al doble a pesar de la diferencia de ingresos, en tabaco (disminuye a más riqueza), calzado, vestido, vivienda, transporte, hoteles-barras-restaurantes, y en cuidado personal. En cambio se palpa una diferencia porcentual de más del doble en alimentos y bebidas (menor en los quintiles más ricos), muebles, salud, educación, diversión y telecomunicaciones medidas como pago de servicios de teléfonos y telecable (suben con el ingreso).

En conjunto me parece que sí se puede hablar de un estilo de consumo dominicano, siempre con la excepción del grupo de súper millonarios, a lo largo de toda la gama de ingresos. Las excepciones son fácilmente explicables si tenemos en cuenta que ciertos bienes y servicios tales como los muebles (para los pobres el mueble más comprado es el spring box para los ricos juegos de caoba), la propiedad de vehículos, operaciones quirúrgicas estéticas y preventivas y viajes al exterior aparecen como necesidades sólo al ser semisatisfechas las de alimentación o sea con una mayor holganza económica.

Llamativos, muy llamativos, son la constancia de un porciento prácticamente igual de gastos en electricidad, agua y gas en todos los quintiles (quejémonos o no quienes vivimos en el penthouse del edificio de ingresos), rifas de aguante (alrededor del 0.7% del consumo total), escuela primaria, hoteles-barras-restaurantes ( del 6.2 al 7.8% del consumo en todos los grupos) y hasta en servicios telefónicos no-celulares (del 1.7 al 2.7%).

Sorpresivo es el bajísimo gasto en ropa, calzado y educación preescolar para niños (siempre menos del 0.8% juntando estos renglones). Tal vez el descenso de la fecundidad esté llegando a magnitudes europeas.

Como era de esperarse sólo tienen servicio doméstico los más ricos de la sociedad. Se responsabilizan del 3.5% de sus gastos.

Definitivamente los dominicanos somos fiesteros, sociales, amantes de la luz y esperanzados en apuestas. No tiene sentido calificar este estilo de vida de superficial y antidesarrollista; es el que existe y dentro de esos parámetros serán eficaces las políticas económicas y sociales.

La dificultad que sí veo como altamente preocupante es el bajo costo en educación en casi todos los quintiles menos en el más pobre: de 3.9 a 6.9% ( en el 20% más pobre 3.1%, que, de paso, incluye de promedio más hijos). Los mayores gastos educativos son en este orden –primaria, universitaria, secundaria, preescolar- para el 80% de la población; sólo en el 20% más rico la educación universitaria ocupa el primer lugar. Bajísimo también es el gasto en libros de texto y periódicos: ¡ 0.86% en el quintil de más altos ingresos!

Aparentemente los dominicanos no nos preocupamos demasiado del futuro.

2. Estilos de vida por zona rural y urbana

Sorpresivamente las diferencias en estilo de vida son mayores entre las zonas que entre niveles de ingreso. Obviamente dentro de cada zona no hay exageradas diferencias de ingreso. ¿Cómo describir entonces el estilo de vida rural?

Registremos primero las diferencias más palpables con la zona urbana: se gasta porcentualmente en la rural mucho más en alimentos para cocinar en la casa que en las zonas urbanas (44.5% frente al 23.2% en el Distrito y al 29.2% del resto urbano) y menos en alquiler pagado de vivienda (0.8% frente al 7.47% en el Distrito y al 4.8% en otras zonas urbanas) en educación (1.9%; 7.3% en el Distrito y 5.2% en otras ciudades) y en servicios de telecomunicación (2%; 4.6% en el D.N. y 3.7% en el resto urbano).

La dieta rural es básicamente igual a la urbana en preferencia de alimentos y bebidas pero la proporción del gasto en pollo y arroz (6.3% y otro 6.2% respectivamente del gasto total) supera con mucho las del Distrito (2.7%, 2.4%) y otras áreas urbanas (3.9%, 3.l %). En pan, yuca, leche y azúcar los habitantes en el campo consumen otro 7.2%. Dan la impresión de vivir para comer la dieta básica ya que el adquirirlas significa el 19.7% de sus gastos totales. Para su explicación necesitamos recordar que en las zonas rurales hace años que los servicios superan con mucho a la agricultura como sector productivo y que los salarios son mucho menores: 24. 13 pesos la hora en octubre del 2003 frente a RD$ 36,39 y 49.48 en el «resto urbano» (¡que incluye Santiago!) y en Distrito.

Otro componente básico de la canasta rural es el transporte (15.6%), lo mismo que en zonas urbanas. La distancia de los centros de educación media y superior, la relativa cercanía de zonas francas a los lados de la Autopista Duarte y la necesidad de escapar al control de la pequeña comunidad para visitar hoteles, barras y restaurantes son probablemente factores explicativos.

Como en las zonas urbanas sorprende el alto promedio de gastos en hoteles, barras y restaurantes: 5.3% del gasto total. Las zonas rurales parecen cada día más urbanas en la actividad económica y recreativa.

Desgraciadamente el ya bajo porcentaje de gastos de educación en la canasta urbana (6.8% en el Distrito, 4.4% en otras ciudades) cae abisalmente en las zonas rurales a un ridículo 1.2%. Definitivamente los «rurícolas» han vestido el hábito de los «urbanos», las apariencias pero en el fondo por amplio y grande que sea su corazón no lo son por poco cultivo de la mente. El futuro se reduce al presente.

Otra curiosidad digna de notarse es el gasto en cuidado en personal y de figureo del varón rural sensiblemente mayor que el de la mujer. Mientras que la mujer de las zonas rurales gasta en vestido, calzado y cuidado personal (lavado y peinado del pelo) el 4% del presupuesto familiar, el hombre gasta en lo mismo ( cambiando lavado y peinado de pelo por corte de pelo) 5.3%.

Bien conocida, por último es la afición a la rifa de aguante (el 1% en el campo, el 0.6% en otras ciudades y 0.4 en el Distrito) y al tabaco: 0.9% de los gastos frente al 0.3 y 0.4 en el Distrito y resto urbano). Ya no se fuma, sin embargo, el tradicional andullo (0.07% del gasto total) sino el «rubio» (0.84% del mismo).

En conclusión: el estilo de vida del habitante de la zona rural es el de un estudiante aventajado de la ciudad (en República Dominicana basta ser cabeza de Municipio para apropiarse del título) a quien se le quemó la educación y tiene otras asignaturas pendientes de calificación final hasta que mejoren sus ingresos.

3. Los súper millonarios y los violentos
3.1 Hasta en los Estados Unidos los millonarios en grande son

proporcionalmente pocos (menos del 50 por mil) pero muchos más de los que uno piensa (más de millón y medio de los estadoudinenses superan la barrera de los cinco millones de dólares)

Aceptemos, a pesar de la pobreza global del país pero por la típicamente peor distribución del ingreso y de la riqueza, que son su consecuencia al inicio del desarrollo, la misma proporción de la población en República Dominicana. Se trataría entonces de unas 45,000 personas, ó unas 10,000 familias. Los millones de pesos se estimarían por lo que cinco millones de dólares comprarían en los Estados Unidos aunque hay que reconocer que las naderías consumidas por los súper millonarios ( yates, autos, relojes y vinos de los mencionados más arriba, vestidos, joyas, perfumes, mansiones…) demandados son tan personales que ni siquiera figuran en catálogos de excentricidades. Gracias sean dadas a Dios por ocultarlas a los pobres ricos criollos. Así sufren menos, porque la riqueza causa pesares de carencias por paradójico que suene.

El carácter exclusivista del Jet Set dificulta todo conato de delinear su estilo de vida pero su influjo en todos los órdenes desde la moda hasta la presión política es grande y resulta una seria limitación para la comprensión de las articulaciones sociales. Por eso están expuestos a ser desconocidos o incluso malinterpretados. Apúntenme entre ellos.

3.2 De los violentos ilegales, por ahora no aceptados socialmente y activos militantes contra todo «establishment» la información es, como su número, mayor aunque los esfuerzos por dar sentido a la Max Weber a su protagonismo son poco significativos. Próximamente escribiré sobre ellos.

Concluyendo digo que me parece existir un estilo de consumo dominicano, aunque probablemente no exclusivo de nuestra sociedad con diferencias bastante marcadas por zonas urbanas revelantes del arribo tardío a un consumismo de patrón norteamericano como indica la baja escolaridad unido todavía a galanteos y fiesteos que encajaban más en una sociedad tradicional en franca retirada.

El gran vacío está en el consumo y alternativas de empleo y socialización y consumo de los muy ricos y de los violentos.

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