¿Estimular o premiar?

¿Estimular o premiar?

KEDMAY T. KLINGER BALMASEDA
Es común notar cómo muchas veces los padres, tutores o docentes nos preguntamos qué da mayor resultado, si el estimular o premiar a nuestros niños frente a un acto o un evento en particular.

Y es que, muchas veces es más factible y cómodo para nosotros ofrecerles a los niños una recompensa por tal de lograr que hagan lo que uno desea, de forma rápida y fácil; principalmente en fechas como éstas. La Navidad es una etapa en la que uno constantemente «estimula» a los niños a que se porten bien o que hagan una cosa u otra porque sino Santa no les trae regalo y los Reyes sólo les deja a los niños que se porten bien y hagan lo que sus padres les diga.

Éstos son unos de esos momentos en que puede traducirse el estímulo a un niño en una recompensa material: golosinas, juguetes, dinero. Pero es recomendable que no abusemos: esa es una solución fácil. Uno de los peligros de este método es el de mercantilizar y materializar los esfuerzos de orden moral, que deben encontrar su sanción fundamentalmente en la aprobación de las personas que le rodean y en la satisfacción de la propia conciencia. Además, se debe entender que a medida que el niño crezca serán necesarias recompensas cada vez mayores.

Sucede, a veces, que los resultados que exigimos obtener no están a la altura de la buena voluntad y de los sinceros esfuerzos del niño. Evitemos el agobiarlo, y aún para que no se quede bajo la impresión dolorosa del fracaso, intentemos poner de relieve la buena cualidad desarrollada.

Entender que existen en realidad las buenas disposiciones de los niños es crearlas y aumentarlas. La idea del juicio o de la opinión que de ellos se tiene desempeña en el niño un papel importante en la elaboración de esa trama psicológica en la que abordan cada día sus actos, sus pensamientos y su vida.

Aproveche el poder de la alabanza. Las palabras alentadoras dicen claramente a sus hijos que usted aprueba su comportamiento o realización de una tarea. Para tener efecto, ofrezca su cumplido de manera honesta, inmediata y específica. Tanto en la alabanza como en la reprensión, en el premio como en el castigo, es necesario tener mesura, lógica y justicia. Mesura, porque el exceso termina por desconcertar y hasta hace dudar del juicio de quien ejerce la autoridad. Lógica, porque ¿qué significa felicitar hoy una acción que mereció ayer una crítica? y justicia, porque un premio no merecido pierde su interés y su fuerza.

Se debe estimular al niño, más por el esfuerzo que ha empleado que por el resultado obtenido. Es necesario conseguir que la aprobación de sus padres tenga para él más importancia que una golosina o un juguete.

Pero claro, todo depende del contexto; por ejemplo, si al ir al dentista o al ponerse una vacuna se ha portado bien, sí está bueno premiarlos para motivarlos y entusiasmarlos a que ese buen acto tiene una recompensa, y además sería beneficioso (durante los primeros años) que asocien que al portarse bien en esos lugares, se les da algo que les gusta. Ahora, premiarlos cuando comen bien o hacen las tareas, o simplemente cuando es una fecha típica de regalar a pesar de que ha tenido una conducta incorrecta durante todo un año, no tiene razón. Lo que hay es que alentarlos a que vean la diferencia de actitud, tanto de los padres como la de ellos mismos, y ésto los estimule a seguir haciendo lo que deben hacer. Explicarles qué felices son todos cuando se hacen las cosas bien, sin tener que amenazar con penitencias, sin gritos, ni discusiones.

A los niños se les debe de alentar, pero no premiarlos por cosas banales e insignificantes, ya que fácilmente pueden interpretar el premio como un soborno y no debemos inculcar estas conductas en los niños porque ellos son como una esponja, todo lo absorben vertiginosamente, aprenden rápido y entienden muy bien todo; no necesitamos el soborno, sólo con cariño y explicando bien las cosas creo que es suficiente.

klinger_psicología@yahoo.es

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