Esto también te podría pasar a ti

Esto también te podría pasar a ti

Samuel Luna

Preparan las maletas, la noche llega y se van a la cama exhaustos debido a los preparativos del viaje. Te levantas muy temprano, te vistes. Miras a tu esposa e hija que están saliendo de vacaciones, tú celebras la salida de ellas dos con un buen café dominicano. Entran las maletas en el carro, se despiden de otros familiares y deciden partir hacia el aeropuerto. Cansados del viaje, por fin llegan a el aeropuerto Dr. José Francisco Peña Gómez. Ahora sacan las mismas maletas que entraron en Bonao. Tú contemplas a tu esposa, fijas tus ojos en ella y hasta casi la desea. De repente te das cuenta de tus sentimientos mezclados y la despide con un beso; luego te lanzas hacia tu hija menor y la despide con un abrazo que posee más de un millón de palabras. Minutos después decide comprarte en el mismo aeropuerto un buen café y así esperar hasta que el avión despegue. Hasta ahora todo va bien, pero no sabes que una acción irreverente y fuera del marco de la legalidad ocurrirá en cualquier momento.

En el pasillo una voz rompe y destruye el momento sublime de Cuqui, esa voz expresó: ¿Yo como que te conozco?
Cuqui le expresa: Usted está equivocado. También Cuqui le dijo: Usted me está confundiendo. Pero esa persona seguía perturbando y destruyendo la paz de Cuqui. Ese señor seguía insistiendo de forma muy rara. La voz quisquillosa venía de un teniente que estaba en el aeropuerto y perseguía a Cuqui, lo perseguía sin saber a quién era Cuqui.
Luego la oscuridad de la maldad y la falta de profesionalidad se impusieron hasta dejar a Cuqui con esposas en sus dos muñecas. Oh, y algo peor y humillante, ese teniente lo acusaba de ladrón de maletas y otras fechorías, sin pedirle identificación. Cuqui le decía, pero primero debe pedirme mis documentos, soy pastor, profesor, locutor y bioanalista; sin embargo, esto no era suficiente para apagar la injusticia puesta en práctica en ese momento.

Dos horas con esposas y con grilletes emocionales, dos horas afectando la moral y la dignidad del ciudadano ejemplar, dos horas del subdesarrollo en forma de monstruo y con dedos acusadores, dos horas afectando a Cuqui pero no sólo a él, es que ese él podría ser tú, un hijo tuyo o yo mismo. Dos horas de maldad disfrazada de justicia. Dos malditas horas rociando con ácido del diablo la santidad de un hombre que lo único que ha hecho es trabajar para construir una mejor sociedad. Dos horas que pudieron generar a Cuqui un paro cardíaco, pudieron generar una muerte a un esposo, padre, amigo, profesor, empresario y guía espiritual. Es que Cuqui hace varios años sufrió un evento cardíaco, y es obvio que las dos horas le hubiesen podido generar daños irreversibles. Dos horas con esposas por una falta de profesionalidad.

Esto también te podría pasar a ti. Es que vivimos en un país sin consecuencias, donde no existe el imperio de la ley, donde la demanda funciona sólo para un sector en específico. Ese daño moral es demandable; ¡pero no!, aquí nadie es responsable. Por eso los gobiernos de la República Dominicana deben medir el éxito del desarrollo no sólo basado en los monumentos y en los elefantes blancos. Es hora de medir el desarrollo en el nivel de seguridad que sentimos los ciudadanos. Estoy seguro que mi amigo Cuqui ha perdido la confianza en aquellos que supuestamente deben infundir confianza. Cuqui necesitará tiempo para sanar. El problema es que el caso de Cuqui no es solamente de Cuqui, también es tu caso, es mi caso. Es como un virus emocional que se transmite por el canal de la percepción. La percepción de la mayoría de los dominicanos es que la policía debe ser urgentemente reconstruida, debe ser reciclada y debe ser un símbolo de confianza y protección. El caso de Cuqui es peor que aquella pandemia porque te destruye, te reduce a nada. Esta historia es real y lo grande es que también te podría pasar a ti, a un hijo tuyo, a un familiar.

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