Después de una operación para extraerle la vesícula biliar, el dramaturgo británico Mark Ravenhill descubrió que éste era un órgano «inútil».
Así que decidió investigar cuánto realmente de lo que forma nuestro cuerpo es prescindible.
Este es su testimonio:
Hace dos años en Varsovia sentí una enorme presión bajo el esternón y el dolor no desaparecía.
Cambié de posición en la cama, caminé por el cuarto, traté de respirar lo más profundo posible. Pero aún así, un puño invisible seguía presionándome el pecho.
Gemí y gruñí incapaz de dormir. Pensé que era una indigestión severa.
Al día siguiente debía enseñarle a un grupo de jóvenes dramaturgos polacos.
En la mañana el dolor había pasado, pero sólo había podido dormir 45 minutos, así que estaba un poco aletargado.
Esa noche el dolor volvió tan fuerte como antes y se repitió noche tras noche.
Un golpe constante y profundo, suavizándose por algunos minutos, pero volviendo siempre con la misma insistencia despiadada.
Por fortuna e inexplicablemente los días siempre estaban libres de dolor.
Pero a medida que avanzaba la semana tuve que enseñar en un estado casi alucinógeno por la falta de sueño y había casi dejado de comer esperando sentirme mejor.
Mi última semana en Varsovia pude detectar en el espejo del baño el comienzo de un amarilleamiento de la piel en todo mi cuerpo.
Mi orina era casi marrón y mi excremento de un tono blancuzco. Estaba padeciendo ictericia.
Una búsqueda rápida en Google me convenció de que necesitaba cambiar mi autodiagnóstico de indigestión a cáncer avanzado.
«Totalmente inútil» Cuando aterricé en el aeropuerto de Heathrow en Londres tomé un taxi y le pedí al chofer que me llevara directamente a una sala de emergencias.
«Es un cálculo biliar en el páncreas», me dijo el joven médico practicante.
«¿No es cáncer?»
«Oh no, definitivamente no es cáncer. Lo internaremos ahora y en la mañana le extraerán el cálculo. Para medio día estará fuera».
Al día siguiente el cirujano me informó:
«Trataremos el cálculo y ya que estamos en esto le extraeremos la vesícula biliar. Una vez que se forma un cálculo y se propaga al resto del organismo es probable que ocurra otra vez. Mejor asegurarnos de que no pase».
¿Extraerán mi vesícula? ¿Podré tener una vida normal?
«Sí. La vesícula biliar es totalmente inútil. Y si le va a dar problemas es mejor sacarla. Lo veo después. Usted no me verá. Por la anestesia general».
«¿Realmente es innecesaria la vesícula biliar? ¿No se pensó una vez que la bilis era esencial para el ser humano, uno de los fluidos que viajan por el cuerpo humano cuyo equilibrio es esencial para la salud mental y física?».
La mía fue incinerada en algún lugar detrás del hospital.
Bomba de bilis. Para escribir este ensayo pedí reunirme con Andrew Jenkinson, cirujano del Hospital de la Universidad de Londres.
Ofreció dejarme entrar a su quirófano para observar la extracción de una vesicula.
Pero se presentó un caso de emergencia y la operación que yo vería se canceló.
Al final de su día de trabajo nos reunimos en la cafetería del hospital.
Con un dibujo improvisado me explicó el funcionamiento del sistema digestivo y el papel de la vesícula.
Primero trazó el estómago. Después el hígado, sorprendentemente grande, y debajo de éste, como un pequeño globo desinflado, la vesícula biliar.
La vesícula no produce la bilis (ésta viene del hígado) pero actúa como una bomba. Si comes una porción extragrande de pizza, por ejemplo, el organismo necesita una descarga súbita de bilis hacia el estómago.
La vesícula se encarga entonces de bombear la bilis hacia el estómago para descomponer las grasas, en este caso el quattro formaggio.
Pero la bilis puede cristalizarse dentro de la vesícula creando cálculos que causan incomodidad si se les deja dentro.
Y si éstos se escapan pueden bloquear el hígado o, como me pasó a mí, el páncreas. Y todo se vuelve muy molesto.
Cazadores-recolectores. Pero ¿podré ahora sin la vesícula descomponer grasas?
«Hay evidencia de que algunos pacientes sufren diarrea cuando se les extrae la vesícula», me dijo Jenskinson. «Sus organismos no pueden descomponer la grasa eficientemente. Pero son casos muy raros».
Entonces ¿por qué tenemos esa parte del cuerpo que es prescindible? pregunté.
Pensé que la evolución se había asegurado de que tenemos cuerpos eficientes y casi funcionales.
Pero Jenkinson me dijo que la civilización humana ha avanzado de forma mucho más rápida que el ritmo de la evolución.
A nivel digestivo no hemos logrado superar los comienzos de la agricultura humana, hace decenas de miles de años.
Nuestro sistema digestivo sigue siendo el de los cazadores-recolectores.
¿Y el estómago? También le pregunté a Jenkinson si ahora que la tecnología médica permite eliminar la vesícula biliar con solo oprimir un botón, le pregunté a Jenkinson si recomendaría que a todos nos extirparan la vesícula.
«Sí, si estamos seguros de que no habrá complicaciones», respondió.
Siguiendo con el tema, Jenkinson sacó el pedazo de papel donde había dibujado su sistema digestivo y tachó la vesícula.
«De hecho», dijo, «tampoco necesitamos todo el estómago. Tenemos estómagos excesivamente grandes que llenamos mucho más de lo que debiéramos».
«Sólo necesitamos 10% de la capacidad del estómago», me dijo marcando un pequeño tubo y cortando el 90% sobrante sobre el dibujo.
Extracción universal. Tengo que decir que no extraño a mi vesícula. Pero si me hubieran preguntado antes habría dicho que todo mi cuerpo es parte esencial de lo que soy.
Todavía tengo las amígdalas.
No pertenezco a la generación que fue sometida de forma casi automática a su extracción.
Nací en una casa que se dice pertenecer a la Iglesia de Inglaterra así que conservo el prepucio.
Me extirparon, eso sí, el apéndice cuando tenía menos de 1 año y no puedo decir que lo he extrañado.
Son piezas del cuerpo que se pierden o no, dependiendo de la cultura, historia u oportunidad.
Mi cuerpo, ahora me doy cuenta, no es tan estable como pensaba.