Estrategia adolescente

Estrategia adolescente

El discurso oficial frente a la crisis y a la campaña electoral se fundamenta en tres ejes: primero, vincular la crisis actual a ejecutorias del gobierno pasado; segundo, explotar la lucha de clases en su favor y tercero, tratar de demostrar que la oposición no tiene propuestas para superar la crisis. En principio una buena estrategia de comunicación.

El primer eje fue diseñado desde la campaña del 2000. En aquel entonces, técnicos y dirigentes del ahora partido oficial exageraron la situación fiscal, minimizaron el desempeño de las variables sociales e hicieron énfasis en la enorme brecha en la distribución del ingreso. En principio tuvieron éxito: ganaron las elecciones.

Ese eje, el de no reconocer los logros del gobierno pasado, fue utilizado como justificación de la reforma fiscal (El paquetazo) primero «necesitamos tapar el déficit que nos dejaron», decían y después, como excusa para posponer la hasta entonces prometida solución a los contratos de la energía eléctrica.

En la parte económica esa estrategia se debilitó porque el gobierno hubo de recurrir al buen desempeño económico de los años inmediatamente precedentes para poder colocar los bonos soberanos en los mercados internacionales. En materia económica perdió vigencia, cuando al través del Acuerdo de Madrid reconocieron la peor parte de los contratos pre existentes y lo ampliaron. El eje de comunicación sigue siendo utilizado por el gobierno, pero sin fuerza para convencer a la opinión pública. Hoy día ya nadie pone atención al argumento, en vista de que en contraste hay muy pocos logros que mostrar.

El segundo eje surge, en principio, para justificar impuestos que en principio afectaban a la clase media. Así, los impuestos, el llamado paquetazo, eran para atender el déficit fiscal heredado y para realizar planes sociales. Los planes sociales implementados dejaron mucho que desear, por un lado, y por otro, la necesidad de empréstitos internacionales pusieron en cuestionamiento la eficiencia del gobierno Robin Hood.

Cuando públicamente, el 13 de mayo del 2003, se dio a conocer el mayor escándalo bancario que se recuerde en nuestro país el gobierno encontró su cabeza de turco. Eso permitió hacer más énfasis en argumentos basados en la lucha de clases en la que por supuesto se tomaba el bando de los pobres.

No obstante, la decisión de manejar la crisis bancaria para evitar el contagio, se argumentó atendiendo a todos los ahorrantes del quebrado Baninter, abrió una seria interrogante ante la sinceridad del gobierno de atender los intereses de los más pobres. En aquel entonces, ya era extraño que no se anunciara ningún plan de contingencia para los más pobres y, sí había, en cambio, una llave de dinero abierta, atendiendo el reclamo de los ahorrantes de Baninter y de más dueños de más bancos en problemas (Bancrédito y Mercantil).

No obstante, el conveniente chivo expiatorio, banquero del Jet Set, el cual habíase situado como una especie de Donald Trump, dio unos meses de respiro al gobierno, pues la opinión pública hizo más énfasis en las desveladas excentricidades del potentado que en los efectos de la decisión gubernamental de dar respuesta monetaria a la crisis bancaria.

La devaluación hizo tambalear el argumento gubernamental de defensa a los pobres, pues en pocas semanas los precios de artículos producidos en el país, de consumo popular, empezaron a alcanzar a los precios de los riquitos. La libra de arroz llegó a costar lo que antes costaba una libra de pollo. ¿Cómo puede mantenerse el argumento de defensa a los pobres?

Igual se mantuvo el argumento de enfrentamiento de las clases sociales, pero sin eficacia alguna. La crisis de confianza fue tal que llegó un momento en que hasta buenas medidas económicas tenían impacto negativos en la estabilización del tipo de cambio. Así, hubo entonces que aceptar lo inevitable: la crisis económica no desaparecería antes de las elecciones.

Entonces el discurso oficial, además de incluir elementos como especulación y conspiración, argumentó que la oposición no proponía nada para superar la crisis. La «genialidad» tenía fuerza, la estrategia de la oposición era mantenerse alejado de debates y endurecer la intención de voto, por lo que era importante no entrar en el juego del gobierno; pero también tenía una debilidad mortal, mientras la oposición relativamente guardaba silencio el oficialismo cada vez que hacia un pronóstico, o una declaración, enfrentaba una nueva sorpresa adversa, con lo cual aumentaba su impopularidad sin hacer mella alguna en las aspiraciones del principal candidato opositor.

El discurso oficial se mostró incoherente, sin haber recortado su nivel de vida, los funcionarios, muchos imitando el estilo de los más pudientes a los que pretenden criticar, quisieron desarrollar una buena estrategia de comunicaciones. Fallida, sin embargo, porque tropezó con un escollo, carecía de credibilidad.

La estrategia del adolescente tiene esa dolencia, creer que lo que se dice no necesita de demostración. Ahora es muy tarde para plantearse un cambio de rumbo desde el gobierno. No obstante no lo es para asumir la responsabilidad de dejar el cuarto en orden.

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