Ahora encontramos una sociedad que critica la universidad
1 de 3
El presente en que vivimos demanda de nuestras instituciones de educación superior el dotar a sus egresados de capacidades de aprender nuevos conocimientos lo que seguro implicará poner el acento en una sólida formación general más que en una especialización demasiado definitiva.
Especialistas en la materia sugieren “garantizar el desarrollo de al menos tres grandes habilidades en el profesional universitario: potencial de asimilación de nueva información, capacidad de general innovaciones y hábitos de actualización permanente”.
A decir de Carlota Pérez, investigadora del Centro para el Desarrollo de la Universidad de Sussex, Inglaterra, “de las múltiples y complejas funciones que tienen que cumplir las universidades de los países en desarrollo hay algunos que en ciertos periodo y dadas ciertas circunstancias, se destacan como precondición para que sea posible llevar a cabo las demás”.
La preparación como generalista permite la movilidad de un área de especialización a otra cuando las condiciones lo hagan necesario y permite también digerir los cambios que ocurran en la especialidad escogida, no importa cual divergentes sean del rumbo inicialmente seguido.
Los distintos procesos de globalización hoy conforman grandes bloques de poder político. Pero, no han tenido, como se esperaba, un incremento uniforme de progreso y desarrollo en todas las regiones del mundo. Más bien, lo que observamos hoy es una globalización segmentada que concentra todas las ventajas de desarrollo en un sector relativamente reducido de la población mundial.
Y, a decir de los expertos en la materia “crea profundas brechas de desigualdad, en términos de calidad de vida y acceso a los bienes económicos y culturales, entre los distintos componentes de las sociedades nacionales”.
En respuesta a variedades de estímulos, durante el período de 1961 hasta nuestros días, en la República Dominicana se han venido creando decenas de instituciones de educación superior.
El debate contemporáneo sobre la educación superior es hoy mucho más complejo que el que tuvo lugar inmediatamente después de la caída de la dictadura trujillista.
Según las opiniones de algunos que otros expertos en la materia, “en cada época histórica, en consonancia con el desarrollo económico y social prevaleciente, la región se ha visto en la necesidad de rediseñar sus sistemas de formación de élites dirigentes y profesionales”.
Pero, mientras en el pasado estos esfuerzos se concretaron en las llamadas reformas universitarias, generalmente promovidas por las propias comunidades académicas y ligadas a propósitos democratizadores y de transformación social, los procesos actuales más bien apuntan a una redefinición de las relaciones entre el Estado, la sociedad y la universidad, donde no siempre la iniciativa parte de los sectores universitarios sino que son provocados por cuestionamientos externos a la academia.
Ahora encontramos una sociedad que critica la universidad; una universidad que debe rendir cuenta frente a públicos externos, y un sistema de educación superior donde actores tradicionalmente excluidos (bajo el concepto de autonomía) ahora son partícipes hasta protagonistas del cambio.
Todo ello significa que el resultado de la reestructuración del aparato económico y la organización social en la América Española y la Región del Caribe dependerá, por una parte, de nuestra capacidad para comprender y adoptar el nuevo patrón tecnológico y, por la otra, de nuestra capacidad para elevar significativamente la calidad de nuestros recursos humanos,