Eterna reelección

Eterna reelección

Solo los más cínicos y escépticos podían honestamente pensar que, tras prohibirse expresamente la reelección presidencial consecutiva en la pasada reforma constitucional, el tema resurgiría con tanta fuerza que hasta algunos juristas justificarían, con los más enrevesados y absurdos argumentos, la posibilidad de que el Presidente Leonel Fernández pueda optar por un nuevo mandato presidencial, no obstante la referida y clara prohibición constitucional.

No vamos a entrar a analizar la validez de estos argumentos: los que quieran saber más sobre este tema que consulten un magnífico ensayo escrito por el estudiante de Derecho de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, el bachiller Erick Stern Comas. Solo baste decir aquí que ni bajo la vieja ni bajo la nueva Constitución puede el Presidente Fernández optar por un nuevo mandato, por más que se esgrima el desacreditado método de la interpretación constitucional gramatical. Quien dude esto que se lea el pacto entre Leonel Fernández y Miguel Vargas Maldonado y las actas de la Asamblea Nacional Revisora, en donde queda claro la intención original del constituyente.

Lo cierto es que, para restablecer la reelección presidencial, debe reformarse la Constitución, lo cual no requiere la convocatoria de referendo alguno, ni para preguntar sobre la reforma ni para aprobarla. En todo caso, un referendo inicial, si desemboca en un mayoritario sí a la reforma, la legitimaría políticamente, lo que obligaría a que se convoque a una Asamblea Nacional Revisora, pues el referendo es de carácter vinculante para los poderes públicos. Pero nada impide que, al no reunirse las mayorías necesarias para declaratoria de la necesidad de la reforma constitucional y la convocatoria de la Asamblea, sea imposible hacer realidad la decisión del pueblo soberano.  De todos modos, es imprescindible una Ley de Referendo, que es una ley orgánica que requiere una mayoría agravada de dos tercios de los presentes en ambas cámaras legislativas, y luego de aprobada dicha ley, el Congreso Nacional debería autorizar la convocatoria del referendo sobre el tema específico de la reforma constitucional para la reelección. Todo un camino constitucional que, por más rápido que vaya el carro de la reelección y por más diestro que sea el chofer del mismo, lleva un tiempo recorrer.

Pero no hay que ser un Walter Mercado de la política criolla para determinar si el Presidente Fernández optará o no por perseguir un nuevo mandato presidencial. Solo quien subestime la inteligencia del Primer Mandatario puede ignorar que éste es consciente de la impopularidad de la reelección, no obstante su popularidad como líder político y la eventual aprobación de su gestión en 2012. Como buen político que es –no por azar se dice que es heredero de Joaquín Balaguer-, Fernández es consciente, además, de que el mejor escenario para la oposición es un intento de reelección que permita la formación de un frente anti-reeleccionista que se imponga en la primera vuelta como ocurrió en el año 2004.

Lo importante ahora es resaltar que, en nuestra América, la reelección está tan incrustada en el código genético y en el sistema operativo de nuestra cultura político-institucional, que hasta un pensador de la talla de Ernesto Laclau se atreve a señalar que él es partidario de la reelección presidencial indefinida, aunque aclara que “no de que un presidente sea reelegido de por vida, sino de que pueda presentarse”. Y sigue diciendo: “Por ejemplo, por el presente período histórico, sin Chávez el proceso de reforma en Venezuela sería impensable; si hoy se va, empezaría un período de restauración del viejo sistema a través del Parlamento y otras instituciones. Sin Evo Morales, el cambio en Bolivia es impensable”.

Si las élites supeditan a una persona todo el entramado democrático e institucional de una nación, qué dejamos entonces a nuestras masas, oprimidas y sumidas en la ignorancia. Con razón, en nombre de la soberanía popular y la emancipación social, pensadores latinoamericanos, de izquierda y derecha, justifican la democracia delegativa, el populismo y lo que Andrés Oppenheimer ha denominado el “narcisismo-leninismo”. Por eso, hoy como ayer, algunos dominicanos, como buenos latinoamericanos, seguimos sumidos en el tema eterno de la reelección. Para ser justos, habría que decir, invirtiendo el adagio, “culpas son de España y no del tiempo”. 

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