Eternidad para digmática de Juan Bosch

Eternidad para digmática de Juan Bosch

Post firmar el Acto Institucional que finalizó la guerra fratricida de abril 1965, a instancias del suscrito a Antonio Guzmán que al siguiente año sería el único compadre que tengo, solicité conocer a Juan Bosch, que se verificó en su oficina en la calle 19 de Marzo, frente al entonces Listín Diario.
La entrevista fue breve, que no impidió conforme al universo que intuimos los comunicadores, captar la dimensión del especímen humano que conocí para no olvidar jamás.
Conocía el estro de escritor de Juan Bosch al leer sus cuentos publicados por la desaparecida revista cubana Carteles, y quedé prendado de su astral talento narrativo en la cuentística, de la que es un maestro.
Motu proprio empecé a visitar a Juan Bosch en su residencia del kilómetro siete de la carretera Sánchez en la casa del español Azcárete, conciabulando largo en el ático sobre temas diversos de política, historia y literatura, y le seguí cuando se mudó al apartamento en la calle César Nicolás Penson.
Cuando abandonó el país luego de la mascarada electoral del 01-06-1966, le escribía a Benidorn y París, y viceversa, copias entregadas a Diómedes Núñez Polanco. Me confió que hizo la campaña electoral desde su casa porque era la única forma de culminar con la segunda grosera intromisión del imperio en nuestro país.
Juan Bosch no es el simple profesor que le etiquetan, sino maestro, porque profesor es quien enseña y maestro quien crea una escuela, y Juan Bosch creó dos partidos políticos, estrenó la democracia post-Trujillo, formó centenares de dirigentes y fue derrocado del poder por no transigir con los principios y rechazar la corrupción.
En el 107 aniversario de su natalicio, es propicio ponderar su dimensión sideral como político honrado y como escritor excepcional.

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