Aparte del poder bélico, los grandes países capitalistas cuentan con la ética de la legalidad y la transparencia como formidable instrumento de control económico, social y político sobre los países adscritos al sistema de libre competencia.
Lamentablemente, la acción de dichos grandes países contra el dolo y la corrupción, más que por valores y principios religiosos o humanistas, se debe a que las Bolsas de Valores, alma máter del capitalismo, no funcionan si la transparencia no rige los mercados bursátiles.
Las reglas bursátiles, independientemente de la moral individual o colectiva de los inversores, no permiten la competición en mercados en los que predominen mecanismos del tipo Odebrecht de soborno empresarial-estatal.
Max Weber propuso la tesis de que los calvinistas desarrollaron el capitalismo porque creían en que el enriquecimiento era señal de que Dios los favorecía; junto a sus prácticas de ahorro, frugalidad y reinversión.
Muchos de los problemas de corrupción internacional tienen relación con prácticas despiadadas de expansión del capital internacional, que han incluido la explotación de las riquezas naturales y el dominio político de países tercermundistas.
La ideología marxista proveyó un marco interpretativo que ha permitido a muchos actores político-económicos, por lo menos, racionalizar su ascenso y control del poder político como un esquema de autodefensa, y de enfrentamiento político y moral a la expansión del capitalismo salvaje, como lo ha llamado el Papa católico.
La lucha de los partidos de vocación u origen socialista ha operado a menudo con el criterio de enriquecimiento del partido y del grupo hegemónico dentro de este, como estrategia para mantener el poder local.
Lo que los ha llevado también a la clandestinidad y al lavado de bienes y dineros y, lo que es casi automático, la acumulación de poder y riqueza individual; lo que equivale a corrupción administrativa y a formas totalmente reñidas con las normas legales y éticas de la tradición legal y moral de nuestras sociedades.
Este patrón de comportamiento choca de frente, no solo con la moral social de nuestros ciudadanos, independientemente de sus valores religiosos; sino que especialmente, con las normas éticas de la libre competencia que es esencia del capitalismo.
Obviamente, el juego es de naturaleza antagónica, de vida o muerte entre sistemas y poderes. Consecuentemente, gobiernos tercermundistas de factura socialista procuran el control de determinadas instancias legales, tanto para proteger intereses del partido como de sus líderes.
Lamentablemente, ese juego de poder se reduce, finalmente, a “Quién tienes más instrumentos de lucha”: legales, morales, culturales y materiales. El establishment maneja lo bélico, lo legal y la moral cultural.
Paralelamente, en otra realidad cultural y espiritual, los que aspiran a un juego favorable a los verdaderos intereses del pueblo y nación comprenden poco la lógica y la moral de las fuerzas en lucha: Sospechan de ambas sin entender en qué medida una u otra realmente aspiran a beneficiarlos.
De tradición cristiana, los latinoamericanos generalmente desconfiamos de marxistas y socialistas; similarmente, desde nuestras luchas independentistas, desconfiamos de los imperialismos de cualquier procedencia. Y de los poderosos, nacionales o extranjeros.