Ética ciudadana

Ética ciudadana

Estuvimos conmemorando el Día Nacional de la Ética Ciudadana declarado por el presidente Leonel Fernández Reyna en el año 2005, en memoria del prócer Ulises Francisco Espaillat, quien en el año 1876 tomó posesión como Presidente de la República y se convirtió en uno de los hombres más puros de la historia nacional. Ninguna fecha es más propicia que ésta, para rescatar los valores éticos, reforzar la lucha por la igualdad, fomentar el respeto individual y colectivo y alcanzar una patria más justa y equilibrada.

Como es indiscutible que estamos viviendo una racha de mucho desconcierto en nuestro país y quizás en todo el mundo, porque no hay consensos reales en las sociedades actuales sobre cuál es el verdadero significado del quehacer económico, político y social, y menos sobre cómo deben llevarse a la práctica. No quiero dejar pasar por alto esta conmemoración de la cual es trascendental hablar para tratar de lograr alguna conciencia entre los ciudadanos.

Sin duda, es elemental para nuestro bienestar psico-emocional, que todos busquemos nuestra propia identidad como personas y seamos congruentes con nuestra manera de pensar; sin embargo, esto por sí solo no asegura la armonía y la paz social, ya que no todos compartimos los mismos valores profundos, ni tenemos las mismas experiencias de vida. Por esta razón, es necesaria la existencia de un ámbito de ideas y de conductas en las que todos debemos coincidir, independientemente de nuestras diferencias. A esto le podemos llamar el ámbito de la ética ciudadana.

Realmente, en estos tiempos de tanta degradación moral en prácticamente todos los niveles de la sociedad, hablar de principios éticos equivale a correr el riesgo de no ser comprendido por nadie, pero no por esto voy a obviar este importante tema.

Porque educarnos cívicamente es educarnos en la corresponsabilidad. Los problemas que vivimos en nuestro país son de tal complejidad que no podemos esperar que una sola persona, o un reducido grupo de personas, por poderosas, capaces y bien intencionadas que sean, nos brinden las soluciones. Por ello, requerimos una educación cívica que resignifique nuestro quehacer individual y colectivo.

La ética ciudadana nos debe señalar la diferencia entre aquello que nos es propio por pertenecer al ámbito de lo que es estrictamente nuestra vida privada, y aquello que corresponde al ámbito de nuestra vida pública. Es muy difícil entender esta distinción, pero sin duda es muy necesaria para asegurar los equilibrios básicos indispensables en sociedades complejas y plurales como la nuestra.

Más allá de una educación estatal para la ciudadanía, está la conciencia personal de los derechos y de los deberes, la ética ciudadana.

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