En lo que se refiere a la autoestima o estima personal, aunque no incursionemos profundamente en su significado, en sentido estricto, debemos entrar en algunas consideraciones sobre lo que es la personalidad, para que su contenido nos permita comprender mejor lo fundamental de la autoestima. Hacer depender la autoestima de lo que es la personalidad, tiene su fundamento en que encontramos destellos de una belleza estética entre la una y la otra, por su consonancia de fuertes valores relacionados con la conducta humana.
Sobre la personalidad ha postulado el psicólogo inglés Hans Eysenck, la teoría de la gran aceptación, como: “Una organización más o menos estable y duradera del carácter, temperamento, inteligencia y físico de una persona, que determina su adaptación única al ambiente”. Cuando de la autoestima se trata, y para una mejor apreciación de su hondo significado, vale la pena una meditación equilibrada de lo representativo de la vida en cuanto a la realidad del ser, puesto que quien no hace un alto para comprenderse y quererse más, vive en un mundo irreal. Es como tener una conciencia desmadrada, como río fuera de cauce. Por tanto, si valorizamos nuestra vida en el ego real que tenemos, bien podríamos crear los estímulos guiados por la razón y el buen juicio hacia la objetividad del existir reposado en el aprecio personal, que es en esencia la autoestima.
De suerte que la autoestima no es exhibición de vanidad infundada, ni mediocridad de soberbia, no, eso jamás; pero sí un dejo de superior imagen. Todo, porque hemos hecho aprecio del “yo” sensible, perceptivo e inteligente que contornea nuestro existir. Afirmación esta, comprobada en toda persona que ha sabido darse valor, buscar su espacio y sentarse en la primera fila del éxito, que es exactamente la aspiración suprema de quien ha tenido esperanzas creíbles, ha aprovechado las oportunidades y ha sabido aplicar su potencial de autoestima en la vida.
Se trata de una potencia espiritual que estimula la virtud, puesto que si el bien comienza por uno mismo y siempre se desea el bienestar propio instintivamente, lo cual es aceptable como bueno, esta potencialidad no hace otra cosa que inducir a lo moral. De hecho, la autoestima es de asequible moralidad, por cuanto es conquistable con el único deseo de hacer valer lo virtuoso de sí mismo. La autoestima crea seguridad, porque con ella se está consciente del valor personal y alcance de miras en el desarrollo de la voluntad y de que los sentimientos están sensibilizados por lo interior de uno mismo y no por influencias exógenas. La autoestima es un estado de cuerpo y alma, repetimos, componente humano que compendia el honor, el conocimiento, la ciencia, el saber y en fin las esencias más puras de la existencia, que habitan en las esferas más altas del sentimiento verdadero. Estos párrafos leídos hasta ahora por usted, no tienen ni una coma de mi autoría, son reproducidos literalmente del libro “Ética en la educación” uno de los numerosos libros de la pluma de Don José Silié Gatón. Pidiendo comprensión y benevolencia a mis amables lectores por insistir en tratar temas tan quijotescos como la ética y la moral ciudadana en nuestra descompuesta “modernidad”. Ustedes mis indulgentes lectores lo entenderán, del autor, mi padre, todavía nos duele el duelo; pero ya a partir del próximo domingo volveremos a “conversar” del cerebro.