Ética y periodismo

Ética y periodismo

DIÓGENES CÉSPEDES
José Báez Guerrero, periodista y novelista, se duele amargamente, en un artículo titulado «¡Qué fauna periodística tan particular!» (HOY, 24/8/2007, p. 18), de la ausencia actual de periodistas talentosos y honorables en el universo de nuestros medios de comunicación.

Casi llega a la peregrina y pesimista conclusión del optimista General Pedro Santana, de que un país sin periodistas y sin abogados es la mejor de las sociedades. La frase fue pronunciada con orgullo al hacer entrega del mando a España. La he buscado en Rodríguez Demorizi, La Gándara, González Tablas, Welles, Morillo, Fontecha Pedraza, Luperón, Archambault, ¡y nada! La prisa de una búsqueda rápida para un artículo periodístico es mortal. A Molina Morillo y su «Santana: gloria y repudio» lo leí a la caída de la dictadura. Ni un recuerdo de si figura dicha expresión en esa obra.

Al pelo, pues. La historia de un país, decía Lugo, se escribe después de cincuenta años, cuando ya las pasiones y los intereses de quienes actuaron en los sucesos caducaron y los protagonistas están muertos. Las acciones de periodistas directores como Ornes, Herrera, Gatón Arce deberán esperar cincuenta años para ser juzgadas por los historiadores. Lo que podamos decir de ellos actualmente, son simples opiniones o historia inmediata, hijas del afecto o la animadversión y sujetas a rectificaciones.

¿Por qué debemos esperar? Porque la masa de documentos que interesan a lo público se encuentra en manos privadas, de familiares, amigos o instituciones y no tenemos acceso a tales documentos. Las acciones secretas de ellos, es decir, no escritas en documentos, son guardadas celosamente por los interesados y pertenecen a la oralidad. Luego, oralidad y cartas privadas donde se describen esas acciones secretas, no están disponibles y se deberá esperar el tiempo que Lugo indicaba. Para la oralidad, solamente los historiadores que se ganen la confianza de los guarda-secretos podrán cotejar sus testimonios con otros documentos escritos. Esperaremos nuestro Stefan Zweig o nuestro Emil Ludgwid para que tracen la biografía de los Fouché o los héroes inmaculados del periodismo dominicano.

Existe un Ornes que apoyó rabiosamente el golpe de Estado en contra de Bosch, hecho que marcó el derrumbe de la democracia y el orden constitucional y causó los entuertos que hoy pagamos con el clientelismo y el patrimonialismo. Este y otros hechos de ese caletre, como el de la propiedad de su medio, han sido silenciados por los historiadores. En esta era de la globalización y la cultura «light», a los poderes fácticos se les teme más que a los Presidentes de República.

Es verdad que los «programeros» se convirtieron durante los doce años en potentados gracias a sus programas de panel de radio o televisión (ahora interactivos) o a sus columnas en los periódicos, han acumulado fortunas al amparo de todas las triquiñuelas de la acumulación de riquezas en el capitalismo. Chantajes, componendas, trapisondas, chaqueterismo político, serruchadera de palo, delaciones, propaganda política electoral o cosmética a los héroes que pagan no los anuncios del programa (que es una birria), sino lo que se paga por debajo de la mesa para que hables bien, mal o guardes silencio.

En estos asuntos tan delicados no se debe meter la mano en la candela por nadie, si no observar la conducta diaria de nuestros comunicadores. A menos que no se tenga pruebas y se esté dispuesto a llevar el caso a la justicia. Pero se sabe que la corrupción no deja pruebas documentales, sino materiales: residencias lujosas, villas, yates, yipetas, carros de lujo, colegios exclusivos, vacaciones costosísimas. ¿Cómo puede producir todo esto un programa de radio o televisión, si usted comenzó como simple reportero a pie?

A pesar de la amargura del comunicador, no todo está perdido. Parodio un título de la novela de Lacay y pienso que para este 2007 no se puede prescindir de directores como Juan Bolívar Díaz, Molina Morillo, Adriano Miguel Tejada o de articulistas, estilistas de la caricatura y la pluma como Harold Priego, Fabio R. Herrera-Miniño, Inés Aizpún. O del padre José Luis Alemán, Guillermo Saleta y Esteban Rosario, en Santiago. Menciono a estos comunicadores por dar nombres, pero sé que existen decenas con talento y ética incuestionable. Pero nadie les hace caso o el Poder les borra.

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