Etiología del héroe

Etiología del héroe

En la literatura griega el héroe es aquel que proviene de la unión de un dios con un mortal, un semidios con los atributos de la divinidad, pero con una debilidad humana que le impide la inmortalidad. En la literatura medieval, en cambio, el héroe es un ilustre guerrero que se destaca por sus virtudes y hazañas provisto de férrea voluntad e inhumana fuerza ante las adversidades. Modernamente, el héroe puede ser una persona común y corriente, tan mortal y tan desprovisto de virtudes que lo único que lo diferencia del resto es del haber salvado exitosamente una exigente circunstancia. Lo que lo hace héroe no son sus atributos personales si no el haber respondido positivamente a un reto extraordinario.
La historia, cuando deja de ser ciencia para convertirse en un subgénero literario (lamentablemente sucede demasiado a menudo) recurre para narrar los hechos a la creación de héroes en un sentido clásico: seres extraordinarios de gran linaje, de fuerzas sobrehumanas e ideas que los hacen inmortales. Planteado así un héroe no es un modelo a seguir, sino un semidios en el cual la causa, casi siempre patriótica, ideológica o nacional, descansa. Este ejercicio brinda una historia inalcanzable con un personaje extraordinario, pero… ¡nos quita toda posibilidad de criticidad!
Así, si no fuera porque la historia no debería ser un subgénero literario -porque es una ciencia- y porque confundidos demandamos más héroes al tiempo que destruimos cruelmente los que tenemos, éste ejercicio casi estético -dependiendo de las metáforas y el estilo- sería algo entrañable. Después de todo, las sociedades necesitan algunas mentiras (qué si no son los mitos) para construir su destino. ¿O necesita algo más?
Quizá necesita algo más pues nuestra sociedad refleja un vacío de conocimiento, y un caos tal, que esa disposición a reducir la historia a la fútil anécdota o a la idealización con tintes de ridiculez no permite a la fina inteligencia dejar pasar esta distorsión. La sociedad necesita la explicación de los hechos desde las dinámicas sociales, los aspectos humanos (a veces demasiado humanos) presentes en la lucha por el poder político, y por las condicionantes económicas. Si no podemos explicar de esa manera los hechos del pasado, estamos condenados a no poder entender los hechos del presente.
No es que líderes, actores sociales o personajes, sean inútiles para explicar la historia (especialmente en momentos críticos o en extraordinarias encrucijadas). Es cierto que en el héroe se encarnan las virtudes a las que aspiramos en cada momento de la historia, pues las sociedades necesitan nombrar, admirar y poner en carne y hueso su anhelo por ser mejores, para pensar que tal meta es alcanzable.
Lo que resulta inadmisible es pensar que un héroe es diferente de un ser humano y que un acto heroico sustituye la necesidad de entender las circunstancias históricas. Un héroe es el que hizo un acto heroico… y eso debe bastar. Es de una ingenuidad imperdonable pensar que un héroe es divino como también es infantil querer ajustar cuentas con un hombre (o mujer) del pasado, especialmente si nos negamos a entender que la historia como ciencia no trata sobre los héroes, sino sobre las sociedades.

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