Silencio

<p>Silencio</p>

DONALD GUERRERO MARTÍNEZ
No es el encantador silencio del viejo tango del arrabal. “Silencio en la noche/, ya todo está en calma/, el músculo duerme/, la ambición descansa…” que cantaron Gardel, Libertad Lamarque, Alberto Castillo y muchos otros. Tampoco es el inspirado “Silencio, que están durmiendo/, los nardos y las azucenas…” que interpreta tan felizmente el popular boricua Danny Rivera.

El silencio es otro. Un silencio innecesario, porque pone limitaciones al desarrollo democrático alcanzado hasta ahora.

El Presidente desea que senadores y diputados aprueben, tal como les llegue, dícese que el 27 de este mes, el proyecto de reforma constitucional. El traje de crear o imponer silencio no le queda bien a su trayectoria pública.

A nuestro director ejecutivo, Bienvenido Alvarez Vega, le parece que el deseo del Presidente “es una pretensión política inaceptable dentro del régimen democrático, con la cual se busca convertir a los legisladores en sellos gomígrafos que legitimen una iniciativa del Poder Ejecutivo.”

El proyecto de reforma constitucional es el resultado del trabajo de una comisión de juristas designados por el Presidente para su elaboración. En una segunda etapa se utilizó el novedoso sistema democrático de consultas populares para ampliar la participación. En un primer momento se marginó del proceso al Congreso Nacional y a los partidos políticos, pero el error fue enmendado.

En el caso del Pe-erredé, el Presidente se reunió primero con su antecesor en el cargo, quien ha dicho que actuará en conformidad con lo que decida el partido. Ahora están dándose reuniones entre el mandatario y los dirigentes de los dos principales partidos opositores. Los jueces de la Suprema Corte de Justicia, que no participaron en la consulta por motivos obvios, fueron invitados del Presidente a un almuerzo en el Palacio durante el cual hablaron del tema.

Está en lo cierto Alvarez Vega en su afirmación de que “los señores legisladores no pueden renunciar a su derecho de mejorar los cambios constitucionales que quieran introducirse, y a incluir aquellos que, por diversas razones, no estén contemplados en el proyecto del Poder Ejecutivo”.

No importa qué tanta sea la sapiencia de los juristas comisionados para elaborar el proyecto de reforma. Nadie duda de las calidades personales y profesionales que les son propias, y que las han empleado para cumplir la encomienda oficial. Pero no son “sabios de la antigua Grecia”, ni sus ideas las únicas necesariamente válidas. Tanto no lo son, dígolo con el respeto a que sean acreedores, que se recurrió a las consultas populares, que algo útil deben haber aportado. También pueden tener utilidad algo que surja de los debates congresionales.

Ni el Presidente debe insistir en que senadores y diputados callen frente al proyecto de reforma, ni los legisladores deben desoír la voz de sus conciencias.

El ejercicio democrático es sólo utopía sin el libre fluir de las ideas. Pero además, ya no es posible retroceder a los tiempos de levantar mansamente la mano para decir “corroboro, corroboro”.

Al proyecto de reforma no se le puede fijar para su aprobación, el “plazo fatal” del que hablan los abogados. Un asunto de su importancia no puede tratarse “como caña p’al ingenio”.

El poder no debe usarse para despersonalizar a senadores y diputados. El libre ejercicio de la democracia discurre por los caminos institucionales, únicos adecuados, cuando los derechos se ejercen sin cortapisas.

El Presidente lo sabe.

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