EU cauto ante presidente Pakistán

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Por MARK MAZZETTI
WASHINGTON.– Dentro de Washington, la frustración de hacer negocios con el presidente de Pakistán, general Pervez Musharraf, se iguala sólo con el temor de vivir sin él.

Durante años, la idea de que Musharraf es todo lo que hay en medio de Washington y un grupo de mullás con armas nucleares ha dictado en qué medida siente la Casa Blanca que lo puede presionar para erradicar a los agentes de Al Qaeda y el Talibán que disfrutan de una existencia relativamente segura en Pakistán.

El espectro de los radicales islámicos que proyecta Musharraf también ha limitado las opciones políticas del gobierno de George W. Bush, eliminando de la mesa cualquier idea sobre ataques militares estadounidenses contra un renaciente Al Qaeda, que tiene campamentos en áreas tribales paquistaníes.

Pero ¿cuán frágil es el control del poder de Musharraf? Y ¿Estados Unidos podría tener más influencia de la que cree?

La cuestión de cómo manejar a Musharraf es crítica en un momento en que funcionarios de espionaje coinciden ampliamente en que el Talibán está extendiendo su influencia en Pakistán, propagándose gradualmente de áreas remotas a regiones más asentadas del país.

El temor de que el extremismo islámico se haya convertido en una fuerza dominante en Pakistán ha sido avivado en parte por el propio Musharraf. Algunos analistas dicen que sus advertencias son usadas para mantener un flujo constante de ayuda estadounidense y mantener a raya las demandas de Washington de reformas democráticas. A menudo invoca los peligros del radicalismo islámico cuando se reúne con funcionarios estadounidenses en Washington o Islamabad, y su escape por poco margen de dos intentos de asesinato a menudo es citado por el Presidente Bush como evidencia de su tenue dominio del poder.

Aunque los islamitas seguramente tomarían el poder en cualquier forma posible, un análisis de datos de sondeos y recientes resultados electorales — aunque sospechosos en un país menos que democrático — ofrece poca evidencia de que los islamistas tengan suficiente apoyo para apoderarse del país. Si acaso, probablemente controlarían sólo áreas selectas.

La última vez que Pakistán tuvo comicios en 2002, los partidos políticos religiosos obtuvieron sólo 11 por ciento de los votos, comparado con más de 28 por ciento obtenido por el partido laico encabezado por Benazir Bhutto, la ex primera ministra

Y esa elección quizá haya sido un éxito para los islamitas, que estaban capitalizando un creciente sentimiento anti-americano después de la invasión de Afganistán en 2001. Aun cuando la guerra de Irak también ha provocado actitudes anti-occidentales, estos sentimientos no parecen haberse traducido en ganancias electorales para los partidos islamitas.

Políticos islamitas recibieron una paliza en las elecciones locales en 2005, ganando menos apoyo del espado en su base de poder en las áreas tribales. En septiembre, un sondeo del Instituto Republicano Internacional, una organización respetada afiliada al Partido Republicano que ayuda a crear instituciones democráticas en otros países, encontró que sólo 5.2 por ciento de los encuestados votarían por el principal partido religioso, Muttahida Majlis-e-Amal, en las elecciones parlamentarias nacionales.

Aunque el sondeo encontró que este partido era el más popular en Baluchistan, la provincia sudoccidental donde el apoyo al Talibán es fuerte, los líderes islamistas se quedaron rezagados detrás de Musharraf y Bhutto, así como de otro ex primer ministro, Nawaz Sharif. También se considera poco probable que un intento exitoso contra la vida de Musharraf signifique enormes cambios en la estructura de poder de la política paquistaní.

Durante décadas, los militares han sido la institución más dominante en Pakistán. Si Musharraf cayera víctima de la bala de un asesino, dicen funcionarios diplomáticos y de espionaje estadounidenses, es improbable que hubiera levantamientos masivos en Lahore y Karachi, o que un líder religioso en el Talibán ascendiera al poder.

“No me preocupa particularmente que un gobierno extremista llegara al poder y controlara las armas nucleares”, dijo Robert Richer, quien fue director asociado de operaciones en 2004 y 2005 para la CIA. “Si algo sucediera a Musharraf mañana, otro general ascendería”.

Basándose en el plan de sucesión, el subjefe del ejército, general Ahsan Saleem Hyat, asumiría como líder del ejército y Mohammedmian Soomro, ex banquero, sería presidente.

Hyat, que es laico como Musharraf, tendría el poder real. Pero es poco claro si Hyat sería tan hábil como Musharraf para mantener en línea a varios grupos de interés dentro de las fuerzas armadas. Funcionarios estadounidenses dicen que el servicio de inteligencia de Pakistán, el ISI, sigue desempeñando un papel directo en la entrega de armas y financiamiento para el resurgimiento del Talibán en el oeste de Pakistán, y hay preocupación en torno a las relaciones entre algunos altos líderes militares y grupos islamitas.

Los nexos entre militantes islámicos y los servicios de seguridad de Pakistán tienen décadas de antigüedad, y los dos bancos trabajaron más de cerca durante las batallas de los mujaidines contra los militares soviéticos en Afganistán en los años 80. Los analistas generalmente coinciden, sin embargo, en que los militares siguen siendo una institución en gran medida laica que se toma en serio su papel como protector de la identidad de Pakistán y no permitiría que los islamitas se volvieran la fuerza dominante en el país.

Aunque muchos en Washington coinciden en que la amenaza de los militantes islámicos se ha vuelto un arma útil para Musharraf, hay un debate sobre cómo la Casa Blanca debería estar tratando al presidente paquistaní.

Algunos funcionarios del antiterrorismo en el Pentágono argumentan que al grado en que el gobierno de Musharraf siente verdadera presión, le preocupa más que personas dentro de las fuerzas militares paquistaníes molesten a Washington y pongan en peligro el flujo de ayuda militar a Pakistán.

El dinero y el equipo militar de Estados Unidos es crucial para que las fuerzas armadas de Pakistán mantengan el ritmo de su archirrival India. Debido a esta dependencia, argumentan algunos funcionarios, el gobierno de Bush tiene poderosa influencia para forzar a Musharraf a reprimir el extremismo.

Del otro lado del debate, algunos funcionarios del Departamento de Estado dicen que aun cuando los militantes islámicos probablemente no derroquen a Musharraf, ¿por qué hacer rodar el dado?

Quizá sea frustrante trabajar con Musharraf, dicen, pero tiene la virtud de ser un personaje conocido. Y mientras Irak se sale de control y el envalentonado Irán incrementa su influencia en la región, ¿las cosas no son demasiado complicadas sin correr el riesgo de una nación musulmana con armas nucleares y 165 millones de habitantes?

“¿Cuántos grados de dificultad quiere añadir?”, pregunta un funcionario del gobierno de Bush. “Esta es una ecuación que no queremos tocar”.

El giro de Musharraf contra el Talibán después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, y su estatus como un blanco personal de los militantes, le ganaron una reputación como un hombre con quien Washington podía hacer negocios. Desarrolló una relación personal con Bush, y recibió un trato de estrella de rock durante una reciente gira por Estados Unidos, incluso apareciendo en “The Daily Show”. (Compartió té y pastelillos con Jon Stewart.)

En Estados Unidos, es considerado la voz de la moderación, pero Musharraf también ha navegado por el mundo a menudo brutal de la política paquistaní manteniendo cerca a sus amigos y alejados a sus enemigos. Aunque habla ominosamente del creciente poder de los islamitas, regularmente ha forjado acuerdos con ellos en las provincias como una forma de ganar aliados en medio del creciente apoyo nacionalmente para rivales civiles como Sharif y Bhutto. Expertos paquistaníes dicen que es política inteligente, pero los acuerdos también han fortalecido efectivamente a grupos religiosos en las áreas rurales y hecho más difícil castigar a los militantes islámicos en esas áreas.

“Al grado en que el extremismo religioso es una preocupación, en parte es una preocupación creada por Musharraf y los militares”, dijo Husain Haqqani, profesor de relaciones internacional de la Universidad de Boston y asesor de varios primeros ministros paquistaníes. “Y, él ha sido muy efectivo en hacer que esto le haga obtener más apoyo de Estados Unidos”.

La toma demócrata del Congreso le ha dado al gobierno de Bush su propia arma útil en sus negociaciones con Pakistán. Durante una reciente reunión en Islamabad con Musharraf, el vicepresidente Dick Cheney dijo que la Casa Blanca no tenía intención de reducir la ayuda a Pakistán, pero mencionó que los demócratas habían amenazando con condicionar la ayuda a la represión de los militantes islámicos en las áreas tribales.

Es improbable que el Congreso suspensa el flujo de ayuda a Pakistán. Pero invocar la frustración congresional con el país pudiera aprovechar los temores paquistaníes de que Estados Unidos está involucrado en una relación cada vez más estrecha con India.

Y dentro de Pakistán, eso se considera la mayor amenaza de todas.

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