Euclides: ni camarlengo ni camándula

Euclides: ni camarlengo ni camándula

Euclides Gutiérrez Félix es sin quizás, la cabeza mejor amueblada del PLD y una de las más sensatas del país, y eso lo he identificado desde que hicimos migas en los primeros meses de 1962 cuando ambos éramos jovencísimos.

Sus experiencias como integrante de las peñas culturales del fenecido jurista Rafael Augusto Sánchez, su  breve cercanía con el generalísimo Rafael Leonidas Trujillo, de cuyo régimen postrero fungió como senador por Puerto Plata; su rol en la guerra de abril de 1965 como ministro de Interior en el gobierno en armas del coronel Francis Caamaño, su aproximación al líder Juan Bosch del que era un auténtico “golden boy”, le endosan una gabela muy por delante de muchos.  Y todo ese arracimar de vivencias produce escozor, urticaria, cosquillero de saco de chinchas, simplemente porque otros no disfrutaron de los privilegios coyunturales históricos de Euclides.

Historiador, escritor, articulista, profesor. De hablar directo, como aprendió el estilo dictando cátedras en la UASD, discernidor del abrakadabra síquico que era el presidente Juan Bosch, un hombre difícil, pero en esa misma proporción invertida pendicularmente honesto, Euclides ha tolerado, como político que es, como hombre culto que es, torrenciales denuestos, “sangrú”, prepotente y toda la caterva de epítetos que esgrimen los que no pueden.

Camarlengo es una nueva versión denostante que traduce: “cardenal que administra los asuntos de la fe de la iglesia mientras está ausente la sede apostólica, conforme versa Larousse Ilustrado, al que hube de acudir ante la turbación de esa fina palabreja. Camándula, que traduce “astuto o hipócrita” es otra versión en el rosario de ludibrios contra Euclides, que no es ni una cosa ni la otra, sino un hombre ilustrado, que sabe pensar, y que aporta sin remilgos ese reservoir de experiencias para que “el compañero Leonel” refulja como el pebetero que es.

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