¿Europa necesita tener una vida?

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POR RICHARD BERNSTEIN
BERLIN.- Europa, el continente más amable y más benévolo, donde la pena de muerte ha sido abolida y donde el unilateralismo arrogante, las hamburguesas de línea de ensamblaje, la excelencia de la Biblia y el patriotismo insensato son repudiados.

En estos días es una tendencia poderosa en Europa, con abundante apoyo en Estados Unidos, creen en las ventajas del modelo europeo sobre el estadounidense.

Hace unas semanas, por ejemplo, Egon Bahr, estadista del Partido Socialdemócrata alemán, describió en una entrevista porque siente que la tradición europea de cultura, ciencias y bienestar, como la llamó, es superior a la de Estados Unidos. «Sólo un pequeño ejemplo», dijo. «Nosotros abolimos la pena de muerte en Europa, Estados Unidos no. Nosotros estamos tratando de reformar el sistema de beneficencia, algo que ni siquiera existe en Estados Unidos».

Dónde se enteró Bahr que Estados Unidos no tiene sistema de beneficencia es un misterio. En otros aspectos, tiene un punto a favor. Incluso los defensores de Estados Unidos deben ceder ante la persistencia de la pobreza en medio de la abundancia y, en contraste, la abolición de la pobreza desesperada en Europa.

Pero ¿Europa es realmente mejor, como sienten muchos estadounidenses y europeos? En un ensayo reciente publicado en The Hudson Review, Bruce Bawer, escritor estadounidense que se trasladó a Europa en 1998, dice que por un tiempo pensó escribir un libro lamentando el anti-intelectualismo estadounidense, la indiferencia hacia otros idiomas y el logro académico, y la susceptibilidad a la televisión basura.

No escribió ese libro, dice, porque descubrió que Europa no era tan comparativamente fantástica después de todo. Pero ahora alguien más lo ha hecho. En «The European Dream» (El Sueño Europeo), el escritor estadounidense Jeremy Rifkin proclama esta tesis: «Aunque el Espíritu Estadounidense está agotado y languideciendo en el pasado, ha nacido un nuevo Sueño Europeo». Es un sueño que enfatiza «las relaciones comunitarias por encima de la autonomía individual, la diversidad cultural sobre la asimilación, la calidad de vida sobre la acumulación de riqueza y la cooperación global sobre el ejercicio unilateral del poder».

No obstante sus proclamas son en el mejor de los casos discutibles. Rifkin escribe que encuentra más diversidad cultural en Europa que en Estados Unidos. Pero es en Europa, no en Estados Unidos, que el sentimiento anti-inmigrantes ha alentado el ascenso de partidos de extrema derecha; y, recientemente, el gobierno francés prohibió a las niñas y muchachas usar pañoletas musulmanas en la escuela.

En «Free World» (Mundo Libre), un nuevo libro de pronta publicación en Estados Unidos que ofrece una visión más equilibrada del debate, el escritor británico Timothy Garton Ash informa que el Estados Unidos de hoy gasta más en programas del Medicaid que atienden a 40 millones de pobres de lo que gasta el servicio nacional de salud de Gran Bretaña en toda su población de 60 millones de habitantes. Sin embargo, Bahr puede proclamar que Estados Unidos no tiene sistema de beneficencia.

O, he aquí una afirmación que un destacado periodista británico, Will Hutton, hizo en una columna en The Observer hace algunos meses: «La captura de las universidades por parte de los ricos y la falta de educación para los pobres ha significado que la movilidad social en Estados Unidos haya colapsado». Sin embargo, 60 por ciento de los estudiantes en las instituciones de élite de educación superior de Estados Unidos (muchas de las cuales practican las admisiones de necesitados y ciegos) reciben alguna ayuda financiera.

«¿Europa es mejor que Estados Unidos?», pregunta Ash, quien dirige el Centro de Estudios Europeos en Oxford. Ofrece dos posibles respuestas: (a) Europa y Estados Unidos son dos «civilizaciones fuertemente contrastantes», y cada una piensa que es mejor; o (b) Estados Unidos y la mayor parte de Europa pertenecen a una familia más amplia de democracias liberales, y uno es mejor en algunas cosas, y el otro en otras.

«La afirmación b es menos interesante», concluye Ash, «pero tiene el aburrido antiguo mérito de ser cierta».

¿Entonces por qué algunos europeos están tan ansiosos de creer en lo que parece una imagen caricaturescamente oscura de Estados Unidos? Una razón, sin duda, es la influencia de Michael Moore, cuyos libros y documentales son tomados en gran parte de Europa como confirmación irrefutable de las peores imágenes de Estados Unidos.

Luego están el gobierno de George W. Bush y la guerra en Irak. «En mi memoria nunca hubo tanto desdén por un presidente estadounidense como hay hoy», dijo Detlef Junker, jefe del Centro para Estudios Estadounidenses en la Universidad de Heidelberg, «y en vista de este desdén, todos los estereotipos anti-estadounidenses surgen de nuevo».

Hay, en otras palabras, un temor en Europa hacia un país que no tiene contrapeso global, dice Josef Joffe, editor del semanario alemán Die Zeit. Pero la mayor parte de ese temor, quizá 70 por ciento de él, estima Joffe, es irracional.

«La parte irracional es tan antigua como el anti-americanismo», dice. «Estados Unidos es el motor de la modernidad, y está forzando a los europeos a adaptarse». La incapacidad de Europa a recuperarse de la recesión contrasta con una recuperación relativamente rápida en Estados Unidos, dice Joffe, «de manera que hay envidia de Estados Unidos y resentimiento hacia él, también».

En su ensayo, Bawer recuerda un artículo de viaje que escribió sobre Noruega para The New York Times, el cual fue considerado lo suficientemente importante para ser mencionado en la primera plana del periódico más serio del país. El diario también informó de la afirmación de un enojado hostelero de que Bawer insistió en que se le sirviera comida de McDonald»s para cenar, lo cual niega Bawer. La experiencia le hizo preguntarse sobre Europa, tan atemorizada por Estados Unidos como para sentirse complacida por sus más ligeras atenciones, pero también tan reflexivamente beligerante hacia él.

Lo que podría estar más profundamente en juego es la pérdida de confianza de Europa en su capacidad para forjar un camino separado, ante la fuerza inexorable de Estados Unidos. Después de todo, si Estados Unidos, más audazmente capitalista, menos orientado hacia la beneficencia social, es descrito como una luz brillante, ¿qué espacio queda para la izquierda europea? Y luego está el temor entre las personas educadas de que el materialismo estadounidense barra con el refinamiento europeo en un vasto mar de uniformidad. Es un temor realista, y sería una pérdida para Europa y Estados Unidos si sucediera.

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