Eusebia Cosme

Eusebia Cosme

R. A. FONT BERNARD
Una noticia, procedente de la ciudad de Miami, anuncia el fallecimiento, a edad nonagenaria, de la notabilísima intérprete de la llamada poesía afro-antillana Eusebia Cosme. Se presentó con notable éxito en nuestro país, en el segundo tramo del decenio cuarenta del pasado siglo XX. Sus recitales en los cines Rialto y Julia de esta ciudad, respectivamente, fueron objeto de controversiales elogios, por su profesionalidad como declamadora, a la vez que criticas a las poesías de su interpretación. Escuché al licenciado Arturo Logroño, al salir del cine Rialto, con el señalamiento de que la poesía recitada por la señorita Cosme era una expresión de la suprema plebellez.

Fué desde luego una novedad, en la que se destacaban el poeta puertorriqueño Luis Palés Matos y los cubanos Nicolás Guillén, Emilio Ballagas, y José Z. Tallet. Era un género poético que había descubierto nuevas sensibilidades y nuevos temas hasta entonces inexplorados. Costumbres, sentimientos, lenguaje, psicología, ascentros y tipos de la raza negra, lo inspiraron, y por su colorido y elementos, determinaron una peculiaridad en el arte poético antillano.

Esa poesía incluía en sus poemas deformaciones del idioma y modismos exclusivos. Su novedad creó una escuela poética sin antecedentes, y como iniciador de la misma en Cuba fue Nicolás Guillén con su título inicial “Motivos del Son”, el año 1930. Este fué seguido por “Sóngoro Cosongo”, el año siguiente. En éste, el lenguaje popular cubano quedó consignado en el poemita titulado “Carejey”:

“Yo quiero un novio dotó
 de lo que curan,
 pa sabé por que me duele
 la cintura”

En su tercer libro, el titulado “West Indies Ltd”, Nicolás Guillén quedó consagrado como el poeta social, con motivos modulares que se filtraron en un grupo de creaciones palpitantes de populismo y de humanidad. Entre ellos, la “Elegía de un soldado vivo”:

“No sé porque piensas tú,
 soldado que te odio yo,
si somos la misma cosa,
yo y tu.
Tu eres pobre, lo soy yo;
soy de abajo, lo eres tú.
¿De dónde has sacado tú,
soldado que te odio yo”?

De Emilio Ballagas, magistralmente interpretado por Eusebia Cosme, es la “Elegia de María Belén Chacón” con la que se inicia el libro titulado “Júbilo y Fuga”

“María Belén, María Belén,
María Belén,
María Belén Chacón, María Belén Chacón, María Belén Chacón,
con tus nalgas en vaivene,
de Camagüey a Santiago, de Santiago a Camagüey.
En el cielo de la rumba,
ya nunca habrá de alumbrar
tu constelación de curvas”.

En la declamación de Eusebia Cosme constituyó un acontecimiento el poema de Luis Palés Matos titulado “Canción festiva para ser llorada”;

“Cuba -ñañigo y bachata-,
Haití -vodú y calabaza-
Puerto Rico -burundanga-.
Para cuidarme el jardín
con Santo Domingo basta.
Su perenne do de pecho
pone intrusos a distancia.
Su agrio gesto de primate
con lira azul azucara,
cuando borda madrigales
con dedos de butifarra”

En una conferencia leída en San Juan de Puerto Rico, en el año 1976, el poeta Héctor Inchaustegui advirtió perpicazmente que “la poesía dominicana en la que el negro aparece, es un problema semántico”. Y al referirse al más afortunado de los cultivadores de esa poesía en nuestro país, Manuel del Cabral, expresó que “la poesía del tema negro de Manuel es un encuentro de reflejos, procedentes unos de las obras de Palés Matos, y otros originados principalmente en las composiciones de Nicolás Guillén. Como “accidente o fruto caprichoso de una falsa madurez” calificó el poeta Inchaustegui el tránsito de la poesía afro-antillana por el litoral poético dominicano. “El negro -subrayó Inchaustegui- es un ente en la poesía negra de nuestro país, pues es de nacionalidad haitiana o es “cocolo”.

Se refería Incháustegui al negro del poeta Manuel del Cabral:

“Danzan los cocolos bajo los cocales,
y su danza evoca monos de Ceilán.
Carcajadas blancas rompen la armonía,
de sus ignorantes carnes de alquitrán”.
Y al negro de Tomás Hernández Franco:
“Vienen de islas lejanas, los negros,
en balandros de aguardiente”.

En un artículo laudatorio publicado en el periódico “La Nación”, a propósito de los recitales de Eusebia Cosme, señalé, antecediendo al poeta Incháustegui que la llamada poesía negra dominicana, era una imitación más, la menos afortunada, de la poesía afro-antillana, recitada por la sobresaliente de clamadora cubana. Y como ejemplo ilustrativo, cité el poema de Rubén Suro titulado “Rabias de un haitiano para matar un mosquito”.

La cantera de la poesía afro-antillana estuvo en su propio pueblo, pues hasta promediar la primera mitad del siglo XX se percibía gravitante la discriminación racial en Cuba. Esta fue abolida con la proclamación del texto constitucional del año 1976, conforme al cual “la discriminación por motivos de raza, color, sexo u origen nacional está poscrita y es sancionada por la ley”.

Los poetas dominicanos, que coincidieron con la visita de Eusebia Cosme al país, cayeron en la trampa de escribir “poesía negra”, sin advertir que es una poesía difícil en un aparente sencillez, como lo es el cante flamenco, del que dijo García Lorca que era “un secreto de la sangre”. A la “poesía negra” dominicana de los años cuarenta del pasado siglo le faltaron protagonistas folclóricos, como el “Papá Montero” de Nicolás Guillén.

“Bebedor de trago largo,
guagüero de hoja de lata,
en mar de ron barco suelto,
jinete de la cumbancha”
O la onomatopella de las maracas:
“Chachi, chachi, chachi,
“Chachi, chachi, chachi, charaqui,
“Chachi, chachi, chachi”.

Las marcas del Trío Matamoros, en su clásico montuno “La mujer de Antonio”, del 1932.

Finalmente, ¿cómo imitar “La Rumba” de José Z. Tallet?

“Cabié e’ paso Cheché,
cambié e’ paso
Cambi-e paso Cheché”.

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