Evaluar nuestra identidad

Evaluar nuestra identidad

Nacionalistas por convicción los dominicanos establecimos, contra todas las banderas, una nación independiente y la hemos mantenido a pesar de las tenaces ingerencias foráneas, nos ha faltado enriquecerla. La integridad nacional no la preservan gobernantes ni guerreros, la afianza nuestra idiosincrasia; la soberanía dominicana no ha sobrevivido por la fuerza de las armas, somos un país vulnerable ante las grandes potencias, el derecho de gentes lo exigimos por convicción de hombres libres, quienes nos invaden tienen que irse.

Por interés de la política prevaleciente la Nación es comercialmente alienada al imperio, enfrenta perniciosas consecuencias en un sistema impuesto; inoperante y costoso; la democracia representativa, como se entiende y practica, resulta contraproducente y dañina; el complejo Estado así establecido es abrumadoramente oneroso y parece no vislumbrarse una forma expedita de simplificarle, el sistema no admite opciones. La religión, en cambio -sin la cual no se organiza una sociedad- mantiene alternativas. No ha existido ni existe régimen alguno que haya prescindido de la fe, sin ella no se gobierna. El ser humano antes que estadista fue religioso, temeroso de lo ininteligible: los dioses, el avemo, Dios o el misterio; siempre temeroso del arcano, el hombre adopta distintos credos y ejerce, con relativa libertad, distintas creencias.

El estatismo fiscal no admite libertades.

Un estatismo económico mundial, al cual se endilga el calificativo de capitalismo o mercantilismo, impone su mandato mediante esclavizantes cargas fiscales, enajenantes préstamos estatales, ayudas oficiales impuestos, denigrantes leyes protectoras de intereses foráneos que nos hacen delinquir, siendo disposiciones incongruentes no se aplican en las naciones sedes, su objetivo es doblegar y humillar; mediante la coacción moral y económica, conducen al régimen establecido hacia aviesos designios y persecuciones que coartan el progreso de los países pequeños.

El altruismo de los programas sociales, al igual que el camino del infierno, está bordeado de buenos deseos y floridas intenciones; la soberanía nacional sólo se afianza en el trabajo productivo, no en ayudas ni donaciones. Los extranjeros que realmente quieran ayudar, deben establecerse aquí con sus capitales, creando fuentes de trabajo para que no emigremos.

Nos corresponde ser realistas, afrontar la verdad sin tapujos, la época de las ilusiones ha quedado atrás, es necesario aceptar la realidad sin estridencias ni exageraciones, pero la realidad. Durante décadas hemos consumido mas de lo que producimos, nos corresponde producir más para honrar las deudas y sostenemos dignamente; luchar más, no emigrar, aumentar la productividad para pagar la fiesta política, disponer para el consumo y guardar para las eventualidades; en el trabajo emular los japoneses que cuando se sienten defraudados protestas, protestas que consiste en quedarse trabajando horas extras para hastiar de producción a la empresa que les contrata; en vez de abandonar el trabajo, como hacen los huelguistas occidentales, los japoneses protestan trabajando más y dan en la cara a sus empleadores un ejemplo de moral que quizás no muestran sus patronos.

Para ser realmente libres hemos de ser solventes; los pobres no son libres, son esclavos de la miseria, la dueña más cruel que existe. Producir riquezas, como señalara el Reverendo Jessie Jackson cuando visitó Haití en años recientes y dijo: «Esos gendarmes armados han de estar en fábricas, produciendo riqueza, no matando a sus semejantes».

Nuestros gobiernos se dedican a mantener empleos improductivos que gravitan sobre la población desvalida y coartan el desarrollo nacional, ocasionando discordias, pervirtiendo la ciudadanía y empobreciendo al país; los ahorros que debían dedicarse a crear riqueza son castrados por el fisco e invertidos en sectores que no reditúan, modalidad comercial deficitaria que va acumulando deuda sobre deudas; no porque el gobierno quiere que así sea, se lo impone el sistema.

Para salir de la miseria ha de permitirse que cada ciudadano produzca lo que consume y algo adicional para ahorrar y hacer frente a loas eventualidades que indefectiblemente se presentan; para no emigrar, es necesaria la libertad comercial, derecho a disponer libremente de lo que uno produce.

A fuer de necios, reiteramos nuestras recomendaciones, en interés de evitar a la Nación, a los conciudadanos, a las familias y a nosotros mismos, daños y perjuicios que reiterativamente nos amenazan y acosan. Primero, los sindicatos y las leyes de trabajo deben declararse en receso, cada empleado hacer sus protestas emulando los japoneses o los alemanes de post guerra que laboraban diez, doce y hasta diez y seis horas diarias para sólo cobrar ocho. Segundo, diputados, senadores, secretarios de Estado, líderes políticos y funcionarios oficiales, tan costosos como improductivos, dedicarse a crear fuentes de trabajo rentables, generando sus propios capitales; lo mismo han de hacer militares, policías, diplomáticos y espías, todo funcionario o empleado público laborar cuatro horas en el gobierno y cuatro en actividades productivas privadas produciendo desde flores y frutos, calderas de vapor, pecuaria, efectos industriales y accesorios comerciales, hasta diamantes tallados, libres de impuestos y restricciones oficiales; el país todo, declararse zona franca industrial, financiera y comercial, abierto a toda inversión extranjera que se ciña a las leyes dominicanas, simples, escuetas y protectoras de la producción nacional, indistintamente para consumo local o exportación, con libre circulación monetaria. Tercero, establecer como norma fundamental en la educación, rendir no menos de 25% de las calificaciones en ejercicio de trabajo directo, sobre la materia o especialidad que se estudie, a todos los niveles. Cuarto, declarar en receso el partidismo político, encargar del Gobierno a la Suprema Corte. La actividad política estatal corresponde a las grandes potencias que pueden costearla, nos corresponde dedicar todo esfuerzo a producir riquezas para salir de la miseria y disfrutar la vida en armonía y paz. Cuando a la ciudadanía consciente se le respeta sus derechos y se le permite hacerse cargo de sus deberes cívicos, la supervisión oficial es mínima, hasta innecesaria, cada habitante vela por la soberanía nacional, por su seguridad y por el orden público, con lo cual los jefes y las onerosas cargas impositivas, los privilegios y las canonjías resultan improcedentes. La Constitución es para convivir armoniosamente en paz, todo lo disociador ha de obviarse. Cuando se ama la patria, se produce para ella.

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