Evangelio de Timoneda (5)

Evangelio de Timoneda (5)

Timoneda quería inventar un nuevo género literario. Un género que reuniera el poema en prosa con el ensayo y el reportaje periodístico con el chisme de comadre. Debería ser un género profundo y triste pero que expresara la música trivial de la vida cotidiana. Yo nunca entendí bien cómo era la cosa. Parecía un asunto enrevesado. Timoneda hablaba mucho de la necesidad urgente de ese género nuevo. Él decía que la literatura tenía que fijar expresivamente el temple de la vida diaria. El bostezo, el aburrimiento, los ramalazos de la envidia; la lujuria contenida o desorientada, las digestiones difíciles.

Todos estos hechos y afectos, que echamos a un lado por motivos de jerarquía romántica, según él, merecían vivir encarnados en algún arte insólito. Para eso, decía, hay que inventar un género. Los poetas quieren eternizar los exaltados momentos del dolor y del amor. Pero esos momentos son extremos vitalmente hablando, acontecimientos extraordinarios. La poesía lírica ha sido un género propio para las fiestas de la vida, para los días de excepción. El género de Timoneda no. Estaría pensado y construido para que lo humilde y lo vergonzante encontraran el documento y consiguieran estatura arqueológica.

¿Por qué los poetas líricos nada más desean expresar sentimientos nobles o lacrimosos? Estas preguntas convencieron a la gente de que Timoneda estaba loco. ¿Por qué nos vamos a quedar para siempre con los géneros que ya hay, con los que recibimos como herencia del pasado? ¿Quién ha dicho que tenemos que expresarnos, obligatoriamente, en poesía, en novela, en ensayo, en tratado? Estoy harto de eso, decía. Los géneros que hay son estrechos y no caben en ellos, holgadamente, nuestros sentires y pensares y haceres e imaginares. Por lo menos no caben los sentimientos míos en esos odres, viejos de siglos, que son los actuales, mohosos, géneros literarios.

Horrible y trágico es oír preguntar primero en qué género escribes, antes de saber qué cosas escribes. Parece que necesitan tranquilizarse y apartar de su mente la posibilidad de contemplar una nueva especie; prefieren ver repetidos los mismos géneros. Es posible ser poeta, novelista o ensayista. Son géneros conocidos; los hombres que trabajan en ellos se consideran socialmente aceptables, conocemos sus “fichas policiales”. (Disparatario, 2002).

 

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