Evangelio de Timoneda III

Evangelio de Timoneda III

Conocí a Baltasar Timoneda a mediados de 1959. Vivía junto al río, muy cerca de la desembocadura. Desde su casa, en una elevación, se veía el puerto en toda su amplitud. Si era temprano, en la mañana, se podía observar en el muelle el ajetreo de los cargadores, de los comerciantes, de los oficiales de aduanas; mientras el mundo daba vueltas movido por el gran Dios-Moneda, Baltasar nos hablaba -a mí y a mis amigos- de la filosofía contemporánea, de la poesía de 1840 y de la política del futuro. Timoneda hablaba sin cesar, haciendo gestos extremados, como un poseso. Nunca he visto un loco igual, un fracasado tan extraordinario. Era un Sócrates que había desertado de la familia, de la patria, de todas las cosas.

Al caer la tarde, desde la casa de Timoneda se apreciaba el silencio del muelle, el descenso de la actividad del puerto. Esa quietud nos ayudaba a creer que éramos gentes especiales que sabíamos y sentíamos más que todos los demás seres humanos. Mientras los estibadores se emborrachaban en compañía de las prostitutas en cualquier cafetucho de los alrededores, nosotros oíamos hablar a Timoneda. Ninguno de los que le oímos ha podido olvidarle. Las cosas increíbles que decía este hombre estrafalario jamás las he contado.

Era muy joven cuando conocí a Timoneda: veinte y dos años. Pensaba que mi admiración por este viejo estaba inflada por mi ignorancia y por mi falta de viajes, de experiencias. Ahora, después de tantos años, veo claro que se trataba de un caso insólito de clarividencia, de moralidad, de coherencia vital, de plenitud humana. Por eso quisiera, algún día, narrar la historia de Baltasar Timoneda, su vida tan extraña, y sus opiniones tan agudas y heterodoxas.

Al conocer la parte final del evangelio apócrifo para gentiles, la titulada “Últimos días”, sentí un sacudimiento de asombro y miedo. Había previsto en el poema una “Comida postrera” que resultó profética. Describió incluso su “Prendimiento”. Hizo la descripción exacta de cómo habría de ser atrapado por la pobreza y por su amante negra y por el barrio de los marineros. Su cruz doméstica y artística fue rigurosamente pronosticada. Ahora no sé como contribuir a su resurrección. (Disparatario, 2002).

 

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