Evangelio de Timoneda

Evangelio de Timoneda

Baltasar Timoneda nunca contó con mi buena memoria. Pero yo le vi junto al río segregar poesía y tragedia y no lo he olvidado. Nunca dijo nada con el ánimo de dejarlo consignado en el papel, en el documento. Era el flujo mismo de la vida que lo hacía cantar, hubiera testigos o no. Él rompía cuadernas golpeándolas contra las piedras; y alzando en su mano un trozo de madera declamaba letanías: ¿Quién sopló el aire de las edades? ¿Quién nos condenó a la pena del pan dolorido? ¿Quién inventó la armonía? ¿De dónde viene el deseo? Nos hablaba después de una agua dulce y sonora que lavaba el sucio del odio.

Su amigo, Sopor Pimentel, había compuesto música alrededor de temas propuestos por Baltasar. Parece que la música estaba escrita para dos flautas y una guitarra. A esas composiciones Timoneda les atribuía poderes curativos y efectos anímicos de lavandería. Nunca puede oír esa “música erótica y doliente como de amante abandonado”, “idioma de guitarra hecho de viriles esperanzas, de duras cosas de hombre”, como solía explicar, con cierta cursilería. La verdad es que lo lamento. Oí decir que Sopor, muy orgulloso, llamaba a su música: la caja icosaedrica (cuestión inexplicable). Y también le decía “guarida de los miedos profundos”.

Sopor era un artista, de eso no hay duda. Proyectó, pero no llevó a cabo, unas “conferencias aclaratorias del arte de la composición musical y de la visión poética trasladada al sonido”. Un día, a modo de ejemplo, nos dijo: “el domingo pasado empecé a llorar a las tres de la tarde y enseguida me interrumpí; a través de una lágrima vi un extraño mundo de colores; y tan grato era aquello, que olvidé que estaba triste y al borde del sollozo”.

“Esa lágrima me hizo recordar las pompas de jabón de los niños felices y a Diderico el flamenco, pintor de “madonas” llorosas. Los pensamientos, las sensaciones y los afectos los tenía dislocados. Y ni lloraba, ni pensaba, ni veía, ni soñaba. Entonces tomé la guitarra y compuse la “Sonata de los cañaverales”. Así surge lo inmediato -musical, que es superior a la poesía, al fin y al cabo un arte reflejo”. (Disparatario, 2002).

 

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