EVA/SION/ES

EVA/SION/ES

POR CHIQUI VICIOSO
En el comienzo fue Nueva York.  Una muchacha recién llegada de Santo Domingo fue a la universidad y descubrió las verdades evidentes que le habían sido encubiertas, los hechos escondidos relacionados con su identidad. 

Hechos enterrados por la rutinaria socialización de una sociedad que, tratando de pertenecer a una cultura universal, en este caso la española, le había ocultado lo que era evidente.

Mirándose en ese nuevo espejo llamado Nueva York, su cabello, color y lengua le comenzaron a contar las historias secretas de un archipiélago de pequeñas islas que habían transformado el devenir de Europa, Africa y curiosamente de los Estados Unidos.

Descubrió a Frantz Fanon y sus dos libros fundamentales:  Pieles negras, mascaras blancas (1952),  y Los condenados de la tierra, (publicado póstumamente en 1961), textos que cambiaron el destino de África, iluminando la inteligencia de un grupo de poetas asimilados de Angola, Mozambique, Guinea Bissau, Senegal y Cabo Verde, poetas del Africa Occidental que se congregaron alrededor de la Antología  poética de Leopoldo Senghor y allí conocieron los Cuadernos de Retorno al Hogar Nativo, de Aime Cesaire y el incipiente movimiento de la Negritud.

Descubrio al jamaiquino Marcus Garvey, quien creó la primera Asociación para el Avance de la Gente de Color en los Estados Unidos, y trató de organizar a los trabajadores emigrantes en todos los Estados Unidos, Centroamérica y El Caribe, inclusive en Santo Domingo donde sus seguidores fundaron  una oficina en San Pedro de Macorís.

Descubrió a Eugenio María de Hostos, el padre puertorriqueño de la educación de las mujeres dominicanas,  a José Marti y  a un desconocido General Loynaz, de Puerto Plata, (padre de la poeta cubano-dominicana Dulce María Loynaz, Premio Cervantes), quien financió la expedición a Playitas de Gomez y Martí para liberar a Cuba.  Descubrió a Petion, el presidente haitiano que apoyó moral y económicamente, en dos ocasiones, las gestas independentistas de Simón Bolívar, pidiendo como única recompensa la liberación de los esclavos en toda la América del Sur.  Y entendió que pertenecía a una  historia que era multinacional, multirracial, multilingüe y multiétnica, donde la única frontera era el mar.

Hasta ese momento, esa joven mujer de Santo Domingo había descubierto a los grandes HOMBRES del Caribe, pero aun no a sus mujeres.  ¿Dónde estaban? Y, armada con esa curiosidad y conciencia regresó a su isla nativa, la Española, Quisqueya o Ayiti, en búsqueda de  Salomé Ureña, Aída Cartagena Portalatín, Carmen Natalia Martínez Bonilla, Camila Henríquez Ureña, las primeras feministas, escritoras recientes, poetas, educadoras, a las transformadoras sociales y políticas –femeninas- de su sociedad.

En ese proceso ella, (yo), descubrió a una mujer que estaba haciendo lo mismo, pero en los Estados Unidos.  Era Daisy Cocco DeFilippis, comprometida en la recuperación del legado literario de la emigración dominicana, y la traducción y promoción de nuestro  trabajo, una tarea que nadie –antes que ella- había realizado, y unimos nuestras manos, hasta el día de hoy.

Empero, el descubrimiento y recuperación del legado de las mujeres me condujo a otras preguntas:  ¿Dónde estaban las mujeres en la historia del Caribe y América Latina, en la Historia Universal?

Y ahí comenzó otra búsqueda que me guió a Julia de Burgos, Juana de Azurduy, Manuela Saenz, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Delmira Agustini, Clarice Lispector, Flora Tristán, Sor Juana Inés de la Cruz.

Y ahí originó  un coro de voces femeninas que desembocó en otras mujeres que –a su vez-las habían influenciado:  Juana de Arco, Madame Segvigne, Mrs. John Stuart Mills, las primeras Sufragistas, las sindicalistas, todas las cosas: Rosa Duarte, Rosa de Luxemburgo, Rosa Capetillo, Rosa Parks.

Empero, ¿dónde estaba el origen, la fuente fundadora, el génesis de este sexo, de esa visión, de esta particular sensibilidad, de este modo de sentir decir, de este amor…”déjeme decirle,  (dijo el Che) a riesgo de parecer ridículo, que todo revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor”,  de esta ternura?

En Eva

Empero, más allá de mi bienamada madre, mis tías, mis maestras y amigas fundamentales, ¿Dónde estaba Eva? ¿Había una sola Eva? ¿Dónde encontrarla?

Era evidente que si estaba obligada a indagar en la tradición cultural en la que me eduqué, la cristiana, tenía que comenzar por la Biblia, pero ¿qué pasaba con las otras tradiciones culturales religiosas y esotéricas?  ¿la griega, hindú, china, japonesa, céltica, africana,  indígena, judia, árabe, las tradiciones de la cultural universal?

Me ha llevado casi treinta años de vida –consciente- solamente arañar la superficie de esas tradiciones, para encontrar los múltiples orígenes de todas las Evas.  Eva como Sion, la ciudad fundadora, el génesis de lo que somos.

Treinta años de vida –consciente- para arribar a esa Eva armoniosa, tranquila, triunfante sobre sí misma y sus elementales compulsiones y pasiones, sus grandes pérdidas, sus avideces, la Eva a que todas aspiramos.  A esa maravillosa fuente de reconciliación con la humanidad que es la ternura.

Una ternura que no se regocija en el parricidio, matricidio o fraticidio, ese oleaje de sal (herido animal del cual hay que apartarse) que no solo nos consume física y espiritualmente, sino que actúa como un  boomerang, cobrando como sus primeras víctimas a nuestros propios hijos.

El reencuentro con esas otras Evas, mujeres expulsadas del paraíso que lograron reconstruir sus vidas y recuperar el poder original de nombrar para dar vida, es la génesis poética de EVA/SION/ES.

Ahora no quiero más que paz.  Un enjambre de apasionados besos, el recuerdo, y un inmenso pequeño país en el mundo.

Nota:  Discurso pronunciado por la autora en la puesta en circulación de su poemario EVA/SION/ES, en el Octavo Encuentro de Mujeres Escritoras del Caribe, realizado en Nueva York los días 13,14 y 15 de noviembre, con la presentación de los doctores Conrad James, profesor de Literatura Caribeña de la Universidad de Birgminghan, en Londres, y actual profesor visitante de la Universidad de California; y el profesor Weldon Williams,  de Harvard, y actualmente de la Unidad de Estudios Africanos de Hostos Community College.

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