En este país se habla mucho de que hay ladrones, desfalcadores, contrabandistas, hombres de mala ley, perversos, traficantes… pero nadie se atreve a levantar un dedo y señalar uno sólo.
Y si acaso alguien lo ha hecho, pues ha quedado en ridículo.
La justicia siempre dice otra cosa.
Nadie hace algo aun cuando se ve que quien ayer no tenía ni en qué caerse muerto, de pronto hoy tiene los puños, las manos y las alforjas reventándose de papeletas.
Ministros y oficiales de uno y otros gobiernos, que entraron con una mano delante y otra detrás, tienen vehículos potentes, mansiones principescas, casas y fincas solariegas y cuentas en bancos locales y allende los mares con cifras que espantan a los más alelados e ingenuos.
Mientras el pueblo se la averigua con un pan cada vez más difícil de granjear por la vía legal, hay unos tragaldabas que la grasa les chorrea hasta por los poros dándose vida a granel bajo los techos de restaurantes exclusivos y exquisitos.
¿Cuál puede ser el futuro a corto y largo plazo de un país en manos de unos gavilanes así?
Pobre doña Josefa y José Alcadio que viviendo en callejones de mala muerte, donde amanecen los pobres degollados, no tienen seguro médico, la edad le ha caído encima, están desprovistos de seguridad social, viven sin techo propio y sólo tienen la fe en unos políticos que saludan cada cuatro años con sus manitas de arcángeles.
Bien llega a la memoria las palabras que dijera el contrabandista a la abuela desalmada de la cándida Eréndira.
-No sueñe despierta, señora. Los contrabandistas no existen… Búsquelos y verá. Todo el mundo habla de ellos pero nadie los ve.
Aquí hay mucha rapiña, pero las cárceles están vacías.