Bajar la guardia ante el SARS CoV-2 ha sido de retroceso en países con escaladas de la enfermedad en sus poblaciones con picos de mayor magnitud, y se avizora que el ordinariamente prolongado asueto de Semana Santa podría dar oportunidad al virus de arremeter si sobrevienen rupturas masivas de distanciamiento y abandono de protecciones con higiene y mascarillas.
El desafío es mayúsculo para la gente nuestra dada a vacacionar y para las autoridades locales.
En otros lugares del mundo se proyecta seguir inmovilizando multitudes mientras aquí habrá que decidir si se permiten o no las concentraciones de viajeros. La cuenta regresiva hacia los días conmemorativos de la Semana Mayor está en marcha.
El país se ha ido abriendo al turismo externo y el interno renacido, y no cabe dudas de que procede hacerlo por la importancia que reviste para la economía y el empleo.
El esfuerzo en ese sentido, con buen augurio, incluye la adopción de protocolos para hacer convivir el esparcimiento con el imperativo de evitar contagios en sitios que son para el desembarazo y la diversión.
La rigurosidad en prevención tendría que estar garantizada para permitir el desamarre de cinturones, con ojos bien puestos en los índices de transmisiones virales y sus efectos y en la efectividad de restricciones a la cantidad de personas a las que se les permita coincidir en un mismo lugar. Evitar arrepentimientos tardíos.
Énfasis para la prevención
La sociedad estará mejor protegida de siniestros por llamas el día que los cuerpos de bomberos dispongan de más recursos profesionales y materiales para detectar de rutina condiciones peligrosas en instalaciones eléctricas y de gas en barrios y empresas.
Desde su preterido estatus de cenicientas, son apagadores de fuego en la diversidad de comunidades y eso no basta.
Las pérdidas materiales y de vidas humanas son elevadas para familias y negocios. Grandes y pequeños incendios son comunes en la ciudad capital, no menos de 18 cada día en el Distrito Nacional por cortocircuitos y mal manejo de equipos de GLP.
En cualquier país medianamente organizado, los bomberos, eficientes y debidamente provistos de medios por el Estado, acumulan méritos tanto por los fuegos que evitan como por los que sofocan.