LA PAZ (AFP) – Evo Morales, un aymara que nació hace 46 años sin asistencia médica en Orinoca, un pueblo perdido en los Andes bolivianos sin agua potable ni electricidad donde cuatro de sus seis hermanos murieron antes de cumplir los dos años, es a partir de este domingo el primer presidente indígena de su país.

Líder indiscutido de los indígenas y cocaleros bolivianos, ganó en diciembre pasado la elección con un aplastante 54% y recibe este domingo la Presidencia de su país de más de nueve millones de habitantes y donde el 60% de la población es de etnias originarias, que salieron de la esclavitud recién a comienzos de los años 50.

Fiel a sus raíces, Morales tuvo una posesión simbólica el sábado ante su pueblo en las ruinas preincas de Tiwanaku, donde en un rito ancestral fue investido como «jefe supremo de los indígenas de los Andes», antes de la ceremonia oficial de este domingo.

Morales, un hombre de izquierda que se define a sí mismo como «antiimperialista», y como un indio «negro, loro y feo», se convirtió en líder político encabezando a los cultivadores de coca del Chapare, epicentro de las luchas sociales bolivianas entre 1988 y 2002 y de la lucha antinarcóticos.

El nuevo presidente sintetiza la vida de un indígena en Bolivia. Nacido el 26 de octubre de 1959 en la estancia Isayavi en el altiplano al sur del país, es hijo de padre aymara y madre quechua, dos cultivadores en extrema pobreza.

Creció en una vivienda de paja y adobe de ocho metros por cuatro que servía además de dormitorio y comedor, de almacenamiento de tubérculos y criadero de cerdos y ovejas.

Tras una infancia muy pobre, que llevó a cuatro de sus seis hermanos a la muerte antes de cumplir dos años, Morales emigró, como lo hacen siete de cada 10 campesinos bolivianos, debido a una feroz sequía a principios de los 80 que asoló los cultivos del altiplano boliviano, «para buscar el pan», según afirma.

De esta manera se vio obligado a desempeñar los más diversos oficios para sobrevivir, entre ellos el de trompetista de una banda de música y el de futbolista.

Una helada atroz, que calcinó los cultivos, expulsó a los Morales-Ayma de Orinoca hacia el Chapare, donde entonces se instalaba el narcotráfico debajo de la espesura de esa selva tropical emplazada en el centro este del país.

Allí, entre miles de trabajadores aymaras y quechuas despedidos de la quebrada empresa de minerales del Estado, se hizo dirigente de los cocaleros, lo que lo convertiría más tarde en el líder de 30.000 familias pobres vinculadas a la producción de la estigmatizada hoja.

El Chapare se había convertido para entonces en el principal centro productor de cocaína del país.

Poco a poco Morales se volvió popular gracias a la capacidad de convocatoria de sus protestas y rebeliones sociales y postuló a la Presidencia en 2002, cuando perdió por poco con el acaudalado Gonzalo Sánchez de Lozada.

Un año más tarde mostraría su poder: en octubre de 2003 fue factor decisivo en la caída de Sánchez de Lozada.

Opositor a rajatabla de lo que considera políticas «imperialistas» de Estados Unidos (país con el cual ahora quiere relaciones de igual a igual basadas en el respeto), y en cambio aliado de los presidentes de Cuba, Fidel Castro, y Venezuela, Hugo Chávez, Morales ganó el Premio Kadafi a los Derechos Humanos en 2000.

Jamás viste traje o corbata y por lo general calza zapatillas deportivas. La informalidad en su forma de vestir quedó de manifiesto en la gira que realizó como presidente electo por cuatro continentes a comienzos de enero y es un símbolo de su sencillez.

Esa sencillez también la mostró el 18 de diciembre pasado, cuando ganó las elecciones. Ese día siguió los cómputos en su modesta casa -de piso en cemento y escaso mobiliario- en Cochabamba (tercera ciudad boliviana) en la populosa barriada Sur, acompañado por sus vecinos.

«Bien harto nos ayuda a los pobres», dice una vecina, que simboliza con esa frase las enormes expectativas que Morales que genera al llegar a la Presidencia de Bolivia.