Evocación testamentaria

Evocación testamentaria

Cuando ya no esté aquí, cuando como neblina me haya desvanecido en manos de la brisa, no quiero que nadie pregunte por mi nombre y que, por no quedar, no quede ni el rastro de mi paso en los desfiladeros borrosos del recuerdo. Cuando ya no esté aquí, déjenme reposar tranquilamente absorto y despojado en brazos del olvido.

Que nadie, después de haber partido, me abrigue en la nostalgia ni en el sueño. Y que nadie me busque, porque yo no estaré en ninguna parte. Ya no caminaré con mi pausado andar la polvorienta senda; ni verán más mi solitaria efigie cruzando por la calle. Permitan que la muerte recupere mi forma y la deshaga. No valdrán ni el sollozo ni la risa, no servirá el recuerdo en la memoria. Que no se afane nadie, que nadie se preocupe por mi suerte: no quiero perdurar. No quiero perpetuarme. Yo no quiero cobijo, morada ni guarida…

Fui tan solo un instante azorado en el sordo espejismo de la mente, un trozo de vacío que se engañó a sí mismo oculto entre las manos; una trampa de carne tendida por la nada. Y no quiero ser más que eso que fui: agua de la cañada, llama roja de hoguera, silencio de garza detenida en la viudez inmóvil de la tarde. Yo no quiero ser más que esa hilacha de nubes blanquecinas que flotan al azar del viento que las mueve. Yo no quiero ser más que un gesto de distancia en el recinto abierto de los ojos.

Entonces, cuando ya no esté aquí y ya nadie recuerde mi sonrisa, mi lánguida sonrisa milenaria, no indaguen ni pregunten, ni investiguen, que no habrá nadie ya que pueda responder con mis palabras. Cuando calle mi voz tan solo quedará el eco de la lluvia en los cristales. Y quedará el misterio nocturno de la luna y el viento enajenado que aúlla como perro rabioso entre los riscos. Pero yo no estaré para escuchar el viento, para mirar la luna ni para deletrear la canción de la lluvia en los cristales. Menos seré que un hueco en el vacío colgado de la nada. Menos seré que la sombra de un vuelo imaginario…

Cuando yo no esté aquí, por favor, mis amigos, aquellos que he querido, aquellos que me odian, no permitan que quede la hoja seca de un hombre que no existe flotando en el espacio. ¿De qué sirve una hoja desprendida del árbol de la vida? Dejémosla caer y que abone la tierra, la entraña inagotable que nos nutre y a la que alimentamos. Sólo la eternidad me aterra. No quiero ser eterno. No quiero perpetuarme en ningún pensamiento, en ningún acto. Sólo aspiro a que dure mi vida lo que duran las flores o el perfil soñoliento de una nube.

No le temo a la muerte, amigos míos; sólo temo al recuerdo congelado en la mente del hombre, a la memoria humana que se empeña en no dejar morir en paz al que se muere. Nadie recuerda el granizo lejano de una noche de invierno; nadie menciona la ausente brisa de un crepúsculo ido; nadie comenta el musgo centenario de una piedra escondida al borde del arroyo… Así, en esa misma forma, quiero yo que se borre la huella de mi paso por la arena, que ni siquiera el polvo del camino guarde las líneas de mi planta. Cuando yo me haya ido, déjenme marchar y siga cada quien  -los que se quedan- nutriendo el espejismo de la vida. Es hermoso morir, hermoso como la vida misma; como el fruto maduro que se cae de la rama lastrado con su peso.

Yo quiero deslizarme como el agua sobre la lisa piel de la ladera, rodar barranco abajo como el peñasco después del aguacero. Yo quiero que en el viento se desate mi voz, que como frágil copa se quiebre en mil pedazos el cristal tembloroso de mi pecho; yo quiero, enamorado del salitre, de espuma de la ola, escapar sin que nadie me vea sobre el vuelo rasante de un pelícano insomne. Habré encontrado entonces por fin lo que yo busco. Entonces seré hermano de la tarde, canto sin voz que asciende en la humareda.

Seré nido que gesta madrugadas, silencioso trovar de donde brota la inmensidad azul del horizonte. Seré la estancia abierta por donde van surcando velozmente los pájaros. Seré la luz sagrada del sol al mediodía, el frescor de la sombra en el verano, la rotunda pasión de los luceros de un cielo siempre virgen y siempre misterioso. Y seré el barro puro donde hunden raíces mis latidos…. Tales cosas seré cuando ya nada quede del que una vez tuviera un nombre en el camino. Tales cosas seré cuando ya no haya viento que pueda despeinar las canas en mis sienes, cuando ya no haya sueños flotando como barcas desnudas en mis ojos, ni ilusiones, ni risas, ni sollozos.

Yo me habré deslizado lentamente al olvido, me habré fundido por fin en medio de la sombra. Que nadie me recuerde entonces es lo único que pido; no quiero transitar las lóbregas distancias del añoro; no quiero recorrer interminablemente el laberinto gris de la nostalgia… Olvídense de mí. Devuélvanme al olvido. Retórnenme al vacío y a la nada. Allí, de donde yo provine, quiero sembrar en paz mi remota simiente de ternura. Cuando yo no esté aquí, cuando definitivamente se haya extraviado el rumbo de mis pasos, estará el mar aún, azul, inevitable, susurrando al oído sordo de los hombres su efímero destino de silencio.

En síntesis

Para nunca jamás

Que nadie me recuerde  es lo único que pido; no quiero transitar las lóbregas distancias del añoro; no quiero recorrer interminablemente el laberinto gris de la nostalgia… Olvídense de mí. Devuélvanme al olvido. Retórnenme al vacío y a la nada. Allí, de donde yo provine, quiero sembrar en paz mi remota simiente de ternura.

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