Evocación tras la Bandera

Evocación tras la Bandera

Suelo perder mi tiempo invocando lo placentero de un dominicanismo que se expresa mostrando la Bandera Nacional. Acudo a una especie de pasatiempo al contar las Banderas que se exhiben en astas, frontispicios, puertas y ventanas en los días patrios. De ahí que sintiese regocijo cuando observé toda una cuadra en cuyas humildes viviendas se enarboló este símbolo del país el pasado 26 de enero. Quiero consignarlo en esta víspera de la celebración de la Independencia como reconocimiento a quienes rindieron de tal modo un merecido homenaje a Juan Pablo Duarte.

Mañana, Dios mediante, visitaré la cuadra de la Juan de Morfa que corre desde la calle Pimentel a la calle Abréu, en el alto San Carlos. Entre la mañana y la tarde de aquel día del natalicio de Duarte había recorrido casi toda la capital. Mis dos hijos más pequeños me designaron “inspector honorífico de Banderas”, con un dejo de burla. Resignada, Rossy, mi esposa, apoyaba a regañadientes aquellas cuentas y comparaciones. Todos deseaban encontrarse en lugar y destino diferentes. ¡Cuánta decepción sentía al contemplar cuadras completas, en sectores de postín, y en otros de menor pujanza, sin una muestra de recuerdo hacia el Fundador de la República!

Puesto que externaba mi desconcierto mi familia me soportaba, como ha soportado este improductivo ejercicio en fechas anteriores.

Ni ellos ni ustedes saben por qué llevo estas cuentas. De ahí que decida compartir mis cavilaciones, mismas que me conducen a cuantificar las emociones dominicanistas. En el fondo, hacia este objetivo me lleva tan sencillo recorrido. Porque la bandera, bien mirada, no es más que un trapo. Trozos de tela de encendidos tonos rojo y azul separados por la cruz de redención de los cristianos.

Para que ese trapo, que no difiere sino en los colores del que usamos para limpiar los muebles alcance significación emotiva, tenemos que insuflarle Fe. Una expresión especial de Fe en la República. En nosotros mismos. Una particular forma de confianza en la capacidad que tenemos para sortear lúgubres ocasos y noches sin amaneceres. Porque para que una bandera se torne Bandera Dominicana hemos de soñar la misma suerte de República que soñó Duarte en la tarde que conquistó a Serra como conjurado trinitario.

Don José María, anciano ya, acogido a acongojante ostracismo, contó a Monseñor Fernando Arturo de Meriño los pormenores de aquella visita. Recordó entonces, con inevitable emoción, la maravillosa República de la que hablaba su amigo. Y a seguidas le dibujó Duarte sus sueños del pendón que simbolizaría a la República y a la Nación Dominicana. Más que tela en esa bandera Duarte puso la Fe en su sueño, la Esperanza de su realización y la Seguridad de que los hijos de la Patria habrían de abrazarse a esa obra sin claudicaciones. Lo cual no ha ocurrido.

Y porque muy pocos dominicanos conservan recuerdos de esos valores, volveré mañana, Dios mediante, a pasar por esa cuadra de la Juan de Morfa. Los humildes moradores del lugar son los únicos en donde he contemplado una vivienda seguida de la otra, mostrando la Bandera Nacional. Ellos intentan perpetuar el sueño de Duarte haciendo ondear, al menos, la Bandera Dominicana.

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