Evocando a  las Hermanas Mirabal

Evocando a  las Hermanas Mirabal

Hace apenas dos días se cumplieron cincuenta años  del horrendo crimen cometido por el tirano Rafael Trujillo  contra las hermanas Mirabal, heroínas que hoy son símbolos de la lucha ancestral de la mujer dominicana y del mundo por su liberación de la triple  cadena de la opresión política, la violencia de  género y la ignorancia.

Conocí personalmente en Jarabacoa a Minerva Mirabal en agosto de 1953, mientras yo  vacacionaba con mi hermano Octavio Augusto, más tarde mártir de junio del 1959.  Allí nos reunimos  varias veces en un grupo con el cual hicimos una excursión hasta el Salto de Jimenoa, pero le precedía la aureola  de su rechazo firme a las pretensiones amorosas del Sátrapa, que  creía ser dueño de la vida y haciendas de los dominicanos.  Esto le valió en su momento  padecer las represalias con el apresamiento de su padre e impedimentos para continuar sus estudios.

Minerva impresionaba por su gran belleza, su clara inteligencia y su mirada de noble  determinación que anunciaba su actuación posterior. Al año siguiente conocí a Ana Cecilia, con quien luego me casé y se decía que tenía un gran parecido con ella.   Posteriormente  la veía junto a su hermana menor María Teresa en la Universidad de Santo Domingo, pues una estudiaba Derecho y otra Ingeniería; pero sin  mayores contactos pues yo seguía las carreras de Medicina y Filosofía y Letras.

Desde  el mismo  mes de enero del 1959, luego del triunfo de la Revolución Cubana, inicié labores conspirativas contra el régimen trujillista.   En diciembre  de ese año el grupo que yo coordinaba de jóvenes intelectuales de la capital, se vinculó orgánicamente al movimiento clandestino 14 de junio a través de Luis Gómez Pérez, quien participó en la reunión constitutiva de Mao, el 10 de enero de 1960 como delegado regional.

Salvado mi grupo de la represión de enero en adelante por el silencio estoico de nuestros contactos, nos dedicamos a desarrollar una organización capaz de ejecutar un atentado contra el Tirano y ejecutar un audaz golpe de fuerza que asumiera el poder  una vez ejecutado éste.

En ese proceso estábamos envueltos cuando se produjeron dos reuniones mías con  Minerva y María Teresa: la primera mientras hojeábamos libros en el Instituto Americano del Libro, sito en la calle Arzobispo Nouel, y la segunda en una casa familiar vacía en la avenida Santo Tomás de Aquino 157, cerca de la Universidad, donde pude explicarles con cierto detalle nuestros planes conspirativos, y ellas me contaron que le habían comentado a sus esposos Manolo  y Leandro lo que les había  adelantado en la reunión previa, quienes  se alegraron de que permaneciera activa esa parte de la organización.

El desenlace trágico de ese proceso es conocido. 

Yo fui perseguido tenazmente  en septiembre, varios de mis compañeros fueron asesinados y muchos apresados y sometidos a torturas y vejámenes sin cuenta; mientras que las heroínas, incluyendo a Patria a quien no llegué a conocer, pagaron poco después  con su vida por su coraje y determinación de luchar por la libertad del pueblo dominicano hace ya medio siglo.

¡Mi homenaje imperecedero a las mártires del 25 de noviembre!

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