Creo que no hay quien refute, que nuestra generación fue educada dentro de una serie de valores y principios que creíamos que eran los mismos con los cuales deberíamos educar a nuestros hijos. Pero las realidades están imponiendo cambios en las costumbres sociales que nos confunden y nos dejan meditando.
Aún en este siglo XXI continuamos transitando y aprendiendo al mismo tiempo, maneras de concebir nuevos paradigmas, modelos y formas de ser, de transitar la existencia: de lo compulsivo vamos hacia la cooperación, de lo avasallante a la comprensión y a la escucha. Pero la concepción de la pareja no es ajena a los nuevos paradigmas. Las parejas de hoy día buscan ser más auténticas, saben que los dos son importantes, necesarios, se complementan, quieren vivir en y con amor, y tienen esperanza de conseguirlo.
Sin embargo, este mundo amoroso de la pareja está cada vez más complejo y cambiante como la meteorología del tiempo, en la que nos toca vivir bajo tanto estrés, rapidez, rupturas y nuevas relaciones.
“Antes duraban toda la vida, pero a consecuencia de que alguien sometiera su individualidad en función de la relación familiar, porque el que tenía el poder era el hombre. La falta de recursos propios de la mujer hacía que se limitara y se resignara”. Como bien escuché los otros días, hace como muchos 40 años cuando se empezaba a salir con muchachos y a tener novio, era imposible suponer que nos saliéramos de la casa paterna para vivir con un hombre, aunque ese hombre fuera nuestro prometido. Suena raro, pero los padres esperaban que se llegara al matrimonio virgen.
Me pregunto si esta evolución en las relaciones no estará justificada en vista de que el aumento en el número de divorcios nos hace pensar que las parejas no se preparan como se debe para el matrimonio. Hace pocos días me contaron acerca de una pareja que se casó en diciembre del año pasado y ya se separó, duraron menos de seis meses casados.
Cuando se está en la etapa de enamoramiento es difícil ser objetivo porque no se piensa con la cabeza, sino con las hormonas. Con el tiempo la relación evoluciona y aparece la realidad, que no siempre es color de rosa. Y que si no se tiene la madurez emocional necesaria, la total decisión y disposición de que tú matrimonio persista y al Señor como centro de esa unión, sería casi imposible contar con la sabiduría para superar todas estas evoluciones por las que pasa una relación.
Pero, en definitiva, para nosotras, las mamás, no es fácil aceptar estos cambios, pues siempre queda la duda de si estos conllevan mejores soluciones de vida o, al contrario, traen más confusión, dolor y soledad. La palabra la tiene la próxima generación.