Convulsionado, el panorama mundial nos muestra imágenes llenas de horror. La muerte pasea junto a la destrucción por las fronteras en nombre conflictos que vienen de lejos pero solo traen dolor.
No hay manera de justificar lo que está sucediendo. Nunca será posible justificar el terrorismo pero tampoco el uso desmedido de la fuerza contra los civiles, que al final son los que más pierden.
Mujeres, niños y hombres indefensos, cuya única culpa es estar, mueren por la sinrazón sin que puedan hacer nada.
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La crueldad va de un bando al otro y, como si lo uno justificara lo otro, ensalzan cada vez más la escalada de violencia.
Las imágenes del atentado de Hamás sobre Israel lastima tanto como las de la contraofensiva. ¿Quién habría imaginado que veríamos las imágenes de guerra casi en vivo? Los vídeos y las fotos, que circulan por las redes cual dantesco espectáculo, nos llenan las manos de sangre.
Aunque estemos lejos, en un apartado rincón donde vivimos casi en una santa paz, lastima ser testigos de aquello. ¿Los efectos? En un mundo globalizado, donde a todos nos toca lo que sucede en parajes ajenos, aún no están claros.
El conflicto entre Rusia y Ucrania es un buen termómetro para aquilatar el posible panorama a enfrentar. La Navidad no se vislumbra blanca ni hermosa. Evoquemos su espíritu: ¡Qué reinen el amor y la paz!