Ex-combatientes viejos y pensionados

Ex-combatientes viejos y pensionados

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Los hombres apresuraron el paso; gruesas gotas de lluvia empezaban a caer sobre la plaza. Los árboles les protegían un poco del agua; cruzaron la calle, entraron en la arcada cubierta del edificio del ayuntamiento y ganaron el paseo peatonal. En unos minutos estuvieron en la puerta del Hotel Mercurio.

Apenas se habían mojado un poco los hombros y la cabeza. – Sacúdase usted con el pañuelo, advirtió el periodista. Ladislao atendió enseguida la sugerencia y sacó del bolsillo un gran pañuelo blanco con sus iniciales bordadas en grandes letras filigranadas. – Lidia dice que en el trópico cualquier llovizna puede provocar una pulmonía. – El calor volverá en poco tiempo.

El agua y la brisa solo enfrían momentáneamente. Ese es el problema: el constante cambio de temperatura. Después de un chubasco, del asfalto sale humo.

– Subamos al bar en lo que amaina la lluvia; otro día veremos el interior de la catedral sin torre. – Con mucho gusto, doctor; acepto su invitación. En el bar no había nadie. Se acomodaron en una barra de bordes de bronce. Los taburetes, tapizados con forros de piel roja, tenían travesaños para colocar los pies. – Por favor, traiga dos daiquiris de Brugal. – Usted debe contarme todo lo que ocurrió aquí en 1965; yo escribiré alrededor de su testimonio y haré, a mi modo, la interpretación de los hechos políticos de ese tiempo; trataré de reconstruir los sentimientos y reflexiones que agitaron el alma de Marguerite de Bertrand. – Su libro tendrá entonces un formato muy raro, fuera de lo común… – No crea que intento ser original, chocante o contracorriente. Nada de eso. Los asuntos que abordo exigen una forma peculiar de relatarse. Seré una especie de administrador narrativo. Tendré que coser retazos, zurcir informaciones, memorias personales, sucesos históricos; incluso acontecimientos que hayan marcado las vidas de mis familiares y amigos. Yo seré responsable de la «composición narratoria» y creador del sentido humano de los accidentes y sufrimientos, tanto de los personajes históricos como de los de ficción. El significado de todo eso debe encontrarlo, definirlo y expresarlo, Ladislao Ubrique y solamente Ladislao Ubrique.

– Doctor, no tengo nada que oponer a su «teoría literaria». Hice la observación sin conocer sus escritos, de manera mecánica, superficial. Cumpliré con facilitarle los datos -puros datos- que le faltan acerca de la vida de Marguerite en Santo Domingo; durante el gobierno del generalísimo Trujillo y después de la invasión norteamericana de 1965. – ¿Puedo hablar con algunos de los militares que participaron en los enfrentamientos internos que precedieron a la invasión? – Sí, casi todos están vivos y pensionados. – ¿Pensionados? – Eso es; pensionados por los cuerpos militares a los que pertenecieron. – ¿Los vencedores pensionaron a los derrotados? – Fue un conato de guerra civil, una división de la población, de los políticos, de los militares. El gobierno, terminado el conflicto, ha ido pensionando a unos y a otros. Son dominicanos los de un bando y los del otro. Las diferencias ideológicas y partidistas han concluido en una reconciliación a regañadientes. Todo ello ocurrió durante la Guerra Fría, en la época de confrontación entre la Unión Soviética y los Estados Unidos.

– La gente tiene que seguir viviendo, amigo mío. Los ancianos, por más revoltosos que hayan sido durante la juventud, finalmente, se convierten en ex-combatientes. Pueden hacer gestos alusivos al pasado, muecas de disgusto por el resultado de sus luchas; y nada más. – ¿El daiquirí le ha facilitado hacer esta confesión melancólica? – No es el ron; creo que digo una verdad universal. Los hombres todos, al envejecer, buscan un cojín y una mecedora. – Usted menciona dos cosas inolvidables para mí: el ron y las mecedoras. Nunca había visto muebles de esa clase hasta que visité la casa de Lidia, en La Habana. El olor de la caña, del ron de caña, se conoce poco en Europa. Al principio, al llegar a Cuba, sentía ese olor como algo rural, primitivo, exótico. Pensé que podría ser tóxico, pues no se parecía al olor de ninguna fruta que yo hubiese comido en mi infancia. En Hungría las aguardientes son de albaricoques, de cerezas, ciruelas. ¿Ha probado usted el palinka? – Sí, desde luego, en Budapest lo he tomado por primera y última vez. Es una bebida muy fuerte. – Me gustaría que nos sentáramos mañana frente a una mesa, con mi libreta de notas, para que me explique cómo desapareció el hijo de Marguerite de Bertrand. Santo Domingo, R. D., 1993.

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