Examen de conciencia

Examen de conciencia

Y bien, acabas de elegir. Sin ser clarividente, has tomado partido por algo, por alguien. Te has definido. Con un simple acto cívico que quisiste dotar de sentido, has tomado parte en algo. Has escogido de entre varios candidatos. Y, al escoger, te has vuelto un parcial comprometido plenamente. Y has creído en ese acto.

Tal vez hayas votado por conciencia y no por conveniencia. En ese caso, te felicito. Mereces mi respeto. Otra vez te han vendido la ilusión de que tienes el poder de elegir a tus gobernantes, y tú has mordido el anzuelo. Has ratificado tu fe en la democracia. Pero has vivido bastante para saber que las democracias siempre serán insatisfactorias mientras se limiten al ejercicio del voto popular cada cuatro años. Por eso sientes que te han empujado a una elección mediocre en la que no puedes elegir lo óptimo, sino lo preferible o lo menos malo. La tradición de la libertad oculta una tradición más antigua y más fuerte: la de la opresión.

Has podido abstenerte, quedarte en casa y dejar que todo pase sin ti. Has podido mandarlo todo al carajo. Has podido decirte a ti mismo, desengañado: “Total, todos son iguales”. Pero no te abstuviste, no te quedaste en casa, no dejaste que todo pasara sin ti. Tú fuiste a votar. Por eso piensas que eres un aspirante a incrédulo incapaz de serlo, un abstencionista solo de palabra. Al final, has creído y elegido. Has votado.

Pero qué más da, ahora te sientes mejor. Sientes un gran alivio. Que las cosas hayan salido como salieron está más allá de ti. Una vez más, el desenlace no ha sido traumático. ¿Crees sinceramente que has evitado lo peor, el bochorno y el ridículo? ¡El país entero en campaña! ¡Qué país de caricatura y carnaval! ¡Cuántas angustias y tensiones, cuántos traumas acabas de ahorrarte!

No eres un hombre de partido. Un hombre de partido es siempre un hombre parcial y tú aspiras a la totalidad, a la libertad fuera del partido. Los grandes partidos políticos, sin excepción, nos han estafado una y otra vez. Se han corrompido en el ejercicio del poder. Han acumulado y fomentado los vicios y las deformidades de la sociedad. Se han entregado sin reservas a mezquinas luchas de intereses. Y, sin embargo, cuando piensas en lo peor posible -un régimen de partido único o de facto, una tiranía, una dictadura militar-, aquellos te siguen pareciendo el mal necesario de la democracia.

Ahora se nos abren de nuevo las puertas del futuro, que es algo siempre incierto. El presente es un compás de espera lleno de incertidumbres. Presientes que empieza una larga época, pero no sabrías nombrarla con propiedad. Ni se cierra un ciclo, ni se abre otro. No hay ruptura sino continuidad. No eres ingenuo para ignorar que la tradición autoritaria aún sigue viva y arraigada, y que para romper con ella no bastan simples proclamas o declaraciones de propósito presidenciales. Sabes que hace falta más, mucho más: una férrea y firme voluntad política, un verdadero proyecto de cambio, una nueva cultura democrática y ciudadana, un nuevo sujeto del quehacer político.
Y otra vez te angustian las mismas cuestiones y te asaltan las mismas dudas. Y, como antes, te preocupa no saber hacia dónde vamos o si todo esto lleva a alguna parte, si el presente es viable, si aún tenemos porvenir, o si, en cambio, estamos destinados al fracaso. Y, más allá del momento político, te preocupa esta carencia de plenitud del presente, todo el tiempo perdido y todas las fuerzas y energías derrochadas. ¿Y qué de nuestra entrada en la modernidad, tardía, precaria, forzada, casi a empujones? ¿Y qué de nuestra inserción definitiva, impostergable, en los mercados mundiales y en las acuerdos regionales? ¿Y qué de concertar y llevar a cabo una agenda mínima de desarrollo nacional? Y qué del Estado de derecho? ¿Y ahora qué?

Si eres honesto, no puedes mostrar demasiado entusiasmo por el futuro, ni creer que el progreso sea infinito. No sabes lo que te espera, ni qué será de todo esto, ni si habrá un mejor mañana, si tendremos como nación una segunda oportunidad sobre la tierra o si nos veremos condenados a otra centuria perdida.

No tienes respuestas claras a estas preguntas, solo intentos de responderlas. Vives en un tiempo huérfano de verdades y certezas sólidas. Ya no hay claridad meridiana. En el claroscuro de nuestro tiempo se esparcen como en un lienzo luces y sombras. Aún no ves nada claro, solo una tímida esperanza de mejora en un horizonte nublado. Pero tú quieres ser clarividente.

En lo adelante procura estar atento, aguzar la mente y no bajar la guardia. Procura mantener siempre el espíritu crítico, la independencia de criterio, la libertad de pensamiento. Aunque parezca ingenuo, no dejes de exigir que se cumplan las promesas de campaña, pues la democracia solo puede realizarse emplazando a los gobernantes a ser responsables y rendir cuentas.

No te arrepientas de la decisión tomada. Buena o mala, eso es lo que has decidido. El valor de un acto personal reside en la responsabilidad con que se asume, en que sea un acto responsable tuyo o mío, libre y soberano, no en su adecuación a reglas establecidas de antemano por otros. No comercies con tus principios y tus valores.

Aprende a desconfiar y a dudar, porque la duda es siempre un estímulo para el intelecto y una defensa contra el engaño y el autoengaño. Ten ojos para ver y oídos para oír. Agúzate, que te están velando. Y ahora comparte conmigo aquella frase alegre que me dijera un viejo amigo: “¡Qué bueno que ya salimos de esa vaina!”.

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