Examíneme, doctor

Examíneme, doctor

Los pacientes necesitamos que el médico nos examine completamente; que nos “eche una mirada” de cuerpo entero aunque la razón de la visita al consultorio sea un dolor localizado en la punta del dedo gordo del pie izquierdo.

El chequeo integral que nos realiza el facultativo es, junto con el interrogatorio, la piedra angular de la práctica clínica. Aún en esta época de avances científicos y de sofisticadas “tecnologías de punta”, las manos, oídos y ojos de nuestro doctor son sus mejores armas para llegar al diagnóstico. Las pruebas y análisis de laboratorio no sustituyen su “ojo clínico”, por el contrario, son un complemento a sus habilidades y conocimientos: la forma de confirmar su presunción diagnóstica o hipótesis sobre la causa de los síntomas y signos que presentamos.

Un examen físico completo y bien realizado es un indicador de la calidad de la atención. Todas las normas y libros de medicina así lo consignan. Sin embargo, cada vez son más frecuentes las personas que se quejan de que los médicos apenas dedican tiempo a examinarlas. Recientemente tuve conocimiento de dos casos, que a modo de ejemplo, presento a nuestros lectores para llamar su atención sobre la importancia de ser evaluados, no en parte, sino como un todo.

En un batey de una comunidad del Este del país nace una niña “en perfectas condiciones”, según lo que le dijeron a su madre en el hospital en el que vino al mundo. A los pocos días, nota que la recién nacida no puede mamar bien el seno y que la poca leche que consigue succionar se le sale por la nariz. Preocupada por la situación de su pequeña la lleva a un consultorio médico ubicado en un poblado cercano. El médico pasante que la examina se percata inmediatamente que la niña había nacido con paladar hendido, una malformación congénita que consiste en una abertura en el cielo de la boca. ¿Utilizó el médico de marras un costoso y ultramoderno aparato para arribar al diagnostico? No, sólo tuvo que abrirle la boca.

El otro caso ocurrió en el Sur. Una joven madre de escasos recursos pide consejo a una doctora que estaba de visita en su pueblo. El problema de su hijo era una diarrea crónica que había llevado al niño a un estado de desnutrición. La doctora en cuestión, aunque no contaba con el equipo mínimo para hacer un examen, decide evaluarlo. Da instrucciones a la madre de quitar la ropa al pacientito y una vez que termina de observar, oír, palpar y percutir, pregunta a la progenitora si se había dado cuenta de la estrechez que el niño tenía en la punta del pene, la cual le ocasionaba gran dificultad para orinar y una infección casi permanente en el área. Entre otras cosas, la madre refirió que aunque había llevado al niño a consulta en muchas ocasiones, ningún médico le había dicho nada sobre ese problema, limitándose sólo a tratar el motivo de consulta: diarrea, fiebre o gripe. El niño presentaba un grado severo de fimosis, condición que consiste en una estrechez del prepucio o tejido que recubre el glande (punta del pene).

El primer caso sorprende porque el examen de la cavidad oral es un elemento fundamental de la evaluación de un recién nacido. No se explica que en una institución hospitalaria se hubiese obviado examinar esa parte de su anatomía.

El segundo caso ilustra que por falta de tiempo, mala práctica médica o ambas cosas, cada vez más, los médicos están mirando menos al paciente, evaluando sólo la parte afectada y no el organismo completo.

La próxima vez que usted, su hijo u otro familiar se encuentre tendido en la camilla de evaluación y vea que su médico no dedica la debida atención o el tiempo suficiente al examen físico, recuerde que él es sólo un facilitador del proceso de curación y que la responsabilidad de conservar o recuperar la salud recae sobre usted. Por lo tanto, atrévase a hablar, a preguntar, a reclamar. Ejerza sus derechos.

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