Excelencia magisterial

Excelencia magisterial

PEDRO GIL ITURBIDES
A lo largo del presente año las autoridades públicas han convocado a varios encuentros bajo el nombre de «Foro Presidencial por la Excelencia Académica». El propósito de estas reuniones, en algunos lugares multitudinarias, es estimular a quienes enseñan y a quienes aprenden. El esfuerzo es loable. Después de todo, desde más de treinta años atrás repetimos que la educación es motor del desarrollo. Y lo hemos dicho, pero no acogemos la expresión en sentido cabal.

Lo cierto es que para llegar a la excelencia académica hay que pasar por la casa de la excelencia magisterial. Si no tenemos maestros, no tendremos buenos estudiantes. Eso lo aprendió la República siete decenios antes. Fue la época en que, bajo el estímulo de otro gobierno, el de Rafael L. Trujillo, la escuela comenzó a crecer y a nutrirse. En un discurso del mandatario, en 1935, ante un grupo de profesores que le otorgaban un reconocimiento, éste habló del problema.

Se había impuesto la pax trujilloniana. Cercados los generales de concho primo, seducidos o dominados los disidentes de escritorio de siempre, aherrojados los levantiscos de toda la vida, ahora se abrían escuelas. Pero no tenía el país suficientes enseñantes. El Superintendente de Enseñanza, el poeta Ramón Emilio Jiménez, propuso reforzar los programas de las escuelas normales, crear otras, elevar sus plazas. Fueron los días, además, en que se contrató la llamada «misión chilena». Arrancó el programa cuyos efectos no perdurarían, sin embargo. Duraron aproximadamente un cuarto de siglo, pues sus días de esplendor corrieron entre el fin de la segunda guerra y el término del régimen que lo prohijara. A la democracia le resultó difícil sostener el sentido de las escuelas normales. Además, por una cuestión de fatuo devaneo, quedaron relegadas ante la enseñanza de la pedagogía en las Universidades. Este proceso resultó de la efervescencia de la guerra civil.

Ya nadie anhelaba ser maestro normal, sino licenciado en educación. Pero, ¿dónde residía la excelencia?

El régimen de las escuelas normales era simple. El reclutamiento, casi siempre, resultó de la aplicación de test en las escuelas. El Instituto Psico Pedagógico de la Secretaría de Estado de Educación funcionaba para diseñar y hacer correr los mismos en todo el país. De sus resultados surgía la identificación de vocaciones docentes, mentalidades de elevado nivel y preofesionales de valía.

En la escuela normal se educaba y se formaba. Bajo un internado que corría por el año lectivo, el futuro educador asistía a clases, participaba en actividades de autoformación, leía en las bibliotecas bajo supervisión, y realizaba otras tareas comunes. No pocas gestiones, sobre todo regidas por órdenes religiosas, inducían a cuestiones formativas como las propias de los hábitos de higiene, uso de vestimenta apropiada, y orgullo magisterial. Esto último, por supuesto, se inducía por ósmosis.

Pero la democracia no pudo con tanto trabajo. Urgidas las arcas públicas por aquellos que fueron aislados al principio de la dictadura, los recursos quedaron a merced de sus ansias. El gasto público destinado al servicio de educación quedó estancado. Visto como proporción del presupuesto, o aún del producto nacional, pronto el gasto en educación era irrisorio menudo.

Justo es consignar, y lo hemos dicho en más de una ocasión, que el Presidente Leonel Fernández revirtió esta decadencia desde 1996. Y se llevan a cabo, desde entonces, actividades estimulantes, como ésta del foro presidencial. Pero la enfermedad no está en la sábana. Hemos de ponerle el termómetro y administrarle medicamentos a quien realmente tiene la fiebre. Hemos de retornar a la formación de un docente de calidad, para entonces ir a toda otra forma de excelencia.

Mientras tengamos un docente en servicio que acude a aula universitaria una vez por semana, con sueño, hastiado, cansado y escasamente alimentado, ninguno de tales estímulos despertarán la excelencia.

En el día del Maestro, pensemos en ello. Por que tal vez el camino hacia la excelencia académica requiera otros procedimientos.

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