Excesos administrativos en  gobierno de Horacio

Excesos administrativos en  gobierno de Horacio

La honradez y  decencia de Horacio Vásquez  fueron  cualidades incuestionables que nunca fueron puestas  en duda. Lo mismo puede decirse de su agresividad política y del sentimiento de aprecio y admiración  que le dispensaron sus seguidores más probos.

 Esa identidad era de tal magnitud que llegaron a comparar al caudillo con “la virgen de La Altagracia, con chiva”, y en una  jornada electoral otros áulicos llegaron a exclamar: “Horacio, o que entre el mar”.

Sin embargo,  su debilidad  en  el control de las finanzas públicas hizo que estos méritos  desaparecieran como por arte de magia.

Desde el inicio mismo de su gobierno, en 1924,  la  extravagancia  en el manejo de los recursos estatales cambió el sentir de la militancia más pura del Partido Nacional, de Vásquez,  y el Progresista, del vicepresidente, don Federico Velázquez.

Los lambiscones del Presidente fueron  los mismos que con su cuestionable conducta pública y privada, adoptaron todas las maniobras posibles para mantener a Velázquez fuera de las decisiones presidenciales, porque temían a la  oposición firme y decidida de éste al despilfarro de los bienes del Estado.

La inmoralidad  de  muchos  altos funcionarios  dio paso a la corrupción y al peculado, constituyéndose esos flagelos en una práctica común, que inquietó a los representantes del gobierno norteamericano, que permanecieron en el país luego de  concluidos los acuerdos  de la convención de 1907.

 Los contralores  norteamericanos estimaron que todo el funcionario horacista que tuvo la oportunidad “metió” las manos en el pastel, menos el Presidente de la República.

Horacio Vásquez no desplegó la energía necesaria, el carácter necesario del administrador idóneo para evitar que sus subalternos robaran.

  Los tradicionales oportunistas de la política, la llamada “polilla palaciega”, abrumaban a los legisladores en el Congreso con proyectos de cuestionados propósitos, para la construcción de caminos, carreteras, edificios, parques, acueductos, etc., donde  alcanzar la oportunidad de llevar dinero a sus bolsillos.

 Poco  preocupaba  a los legisladores y a los traficantes de influencia  si las obras iniciadas llegaban a su feliz término y si las cubicaciones estaban acordes con los procedimientos técnicos.  Lo que más importaba eran las partidas reservadas por su “valioso” aporte al desarrollo de la nación.

Afortunadamente muchos de los proyectos convertidos en ley, que envolvían millonarias erogaciones fuera del Presupuesto Nacional y que no tenían urgencia, nunca se llegaron a realizar, gracias a la rápida intervención del vicepresidente Velázquez.

  Entre estos proyectos se citan la construcción de un teatro nacional, a un costo de 300 mil pesos y  un nuevo edificio para la universidad estatal, por valor de 200 mil.

En  ambos casos  los legisladores no se molestaron  en hacer estudios a conciencia de las proyecciones y alcances de esas obras ni  la fuente de donde habrían de provenir los fondos para financiar las mismas.

Según la Gaceta Oficial del año 1926, página 353,  los legisladores  aprobaron  otros  proyectos  por un monto de $3,667.524, con la  asignación de  fondos fuera de la Ley de Presupuesto.

La falta de normas efectivas y sensatas, hijas de sanos principios de economía, condujo al gobierno de Horacio por caminos pecaminosos.

 De la asignación de RD$2,300,000 de un empréstito  del gobierno de  Estados Unidos para  los trabajos portuarios, RD$380,000 fueron desviados sin el consentimiento del prestamista.

  Esta y otras irregularidades con el mismo empréstito fueron descubiertas por el ministro de Hacienda, señor Martín Moya, y la responsabilidad de las mismas fue cargada al ministro de  Obras Públicas, el licenciado   Andrés Pastoriza, a quien se le concedió una licencia, y la dirección del Ministerio la asumió de manera provisional el secretario Moya.

El Ejército Nacional, dirigido por el general Rafael Leónidas Trujillo, y Obras Públicas,  fueron las dos dependencias donde con más descaro y extendida  impunidad se practicó el robo y el despilfarro de los dineros del pueblo.

Algunos historiadores  consideran que si Horacio no hubiese marginado a su vicepresidente, hombre probo y transparente,  la corrupción y el latrocinio no se habían extendido en la forma como creció en su gobierno.

La eficiencia administrativa, responsabilidad, honradez y espíritu de servicio eran virtudes que  en don Federico  Velázquez abundaban, tanto como para hacerlo indeseable en el entorno de los colaboradores del Presidente de la República.

Si Horacio hubiese tenido  la visión  y la  inteligencia que un verdadero estadista debe poseer, hubiese rechazado los consejos interesados,  las intrigas y ambiciones de las “polillas palaciegas”, que veían en el vicepresidente Velázquez un tenaz opositor  a los actos de corrupción y al despilfarro de las finanzas públicas.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas