Existencia no es vigencia

Existencia no es vigencia

Volver a la mención del pedazo de papel es tan decadente como la inexactitud de atribuirle el aserto a Joaquín Balaguer. La creatividad y los hechos deben primar cuando de evaluar otro 6 de noviembre se trata, sin dejar el recordatorio de lo dicho y repetido cada aniversario. El cambio del feriado incide. Y un día 6 laborable, con desfile de estudiantes, toques marciales, discursos rimbombantes, pierde solemnidad entre el mareo y el cotilleo de los muchachos en la fila. Pendones y redoblantes son más importantes que la efeméride. Generaciones van y vienen, repiten el origen de la primera Carta Magna, mezclan fábula y realidad para montar a Santana encima del caballo de la arbitrariedad en aquel momento de incertidumbre y reto.

Antes de la proclamación de la Constitución del 1963, la reiteración del artículo 210 como génesis de nuestros males, era consigna. También después. La apelación a lo facilón para negarnos la indagación que apareja convicciones. Más que el contenido del artículo 210 es la asunción de la arbitrariedad como premisa individual y colectiva. Aquí mando yo compitiendo con “en esta casa Trujillo es el jefe”.

La primera Asamblea Constituyente, reunida en San Cristóbal, además de declarar la nación “bajo un gobierno civil, republicano, popular, representativo, electivo y responsable”, pautó que la soberanía se ejerce a través de tres poderes del Estado “separados, independientes, responsables, temporales e indelegables”. Como “disposición transitoria” legitimó desmanes posteriores y continuos: “Durante la guerra actual y mientras no esté firme la paz, el Presidente de la República puede organizar libremente el ejército y la armada, movilizar las guardias nacionales y tomar todas las medidas que crea oportunas para la defensa y seguridad de la nación; pudiendo en consecuencia, dar todas las órdenes, providencias y decretos que convenga, sin estar atado a responsabilidad alguna.”

Con texto, sin texto ni pretexto, la vocación de hato signa el colectivo. Mandurria o caos sin remedio. Mientras el autoritarismo se aposenta, la obediencia reina y cuando asoma la democracia el jefe que se destrona germina en cada súbdito liberado y el resultado es el incumplimiento de la norma. Porque si, porque así se ha entendido la democracia, o el intento de construirla.

La excusa siempre está. Entre el atasco recurrente en las avenidas y calles, sin solución aparente ni presta; deserciones, proclamaciones y la saga vergonzante de los pilotos franceses, la conmemoración se diluye, se pervierte. El “ná e ná” es más contundente que el articulado de la Constitución y las leyes. Por eso los partidos se atreven a solicitar a la JCE prórroga, a pedir un “tente ahí” para la aplicación de la ley. Sin subterfugios, demandan la postergación del cumplimiento y si no hay complacencia adviene el ataque y la claque irrumpe y avala.

Cada día la ciudadanía se aleja de la norma, propala la necesidad de empoderamiento, para nada. Prefiere promover el caos que la posibilidad del orden. Por eso el omnipotente presidente de la Confederación Nacional de Transporte, uno de los condenados por estafa al Estado –plan RENOVE- hoy candidato a Senador -PRM Santiago Rodríguez-expresa que mientras los tribunales deciden sus pendencias él cree y aplica la “ley de la subsistencia”.

La Constitución está ahí, piropeada por su catadura vanguardista, con la inesperada modificación del 2015 para permitir al presidente de la república dos periodos constitucionales consecutivos, disposición que debió consagrarse desde el 2010.

Existencia no es vigencia. La confusión de deberes y derechos es permanente. Cuando la DGA reclama el pago de impuestos a Pedro Martínez la ofensa es pública. Como si acatar la ley le quitara un ápice de gloria. Todavía es incomprensible la sociedad sin privilegios. Algunos claman contra la corrupción desde sus cotos de impunidad y avalando impunes. La Constitución obliga a crear las condiciones para que la igualdad sea real. La institucionalidad es incómoda. Exigente. Insoportable para quienes de manera antojadiza, escogen culpables y establecen inocencias.

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