Expectativas

Expectativas

El éxito indiscutible de René García Preval en las ejemplares elecciones de Haití abre una etapa de expectativas en el contexto insular.

Abrumadoramente, a través del voto, los haitianos han trazado un derrotero que debería conducir a un proceso de organización y consolidación de la República de Haití como un Estado manejable, sustentable.

Del lado dominicano no son menos auspiciosas las expectativas, pues la elección de un hombre civilista y moderado como Preval deberá facilitar la reactivación de una interlocución que nació precisamente en gestiones encabezadas por el actual Presidente dominicano, Leonel Fernández Reyna, y el presidente electo haitiano, de 1996 al 2000.

Para entonces, una Comisión Mixta Bilateral dio pasos importantes hacia acuerdos que permitirían mejorar las relaciones entre los dos estados para enfrentar problemas y proyectar el desarrollo.

– II –

Para que las expectativas insulares puedan cuajar, es necesario que se inicie en Haití un proceso de reunificación política y social que despeje de obstáculos el ejercicio del gobierno que habrá de instalarse dentro de poco.

Es necesario que desde el momento de la proclamación del ganador de las votaciones, empiecen a desvanecerse los antagonismos propios de la puja por el poder, y particularmente la tozudez de Leslie Manigat, un lejano contendor que jamás llegó a acariciar posibilidades de éxito.

El porcentaje de votos que garantiza la elección de Preval traza una pauta inexorable hacia el establecimiento de un verdadero orden institucional que neutralice el pandillerismo disfrazado de movimiento político y que coloque a las fuerzas sociales en posición de impulsar en una sola dirección, hacia el progreso.

– III –

Las expectativas nuestras por el acontecimiento democrático de Haití están basadas en la posibilidad que se abre para planificar y ejecutar estrategias conjuntas de desarrollo económico y social.

Queda abierta la posibilidad de que sin merma de soberanía para ninguno de los dos estados, puedan establecerse reglas migratorias de aceptación mutua para atenuar de manera significativa el trasiego de indocumentados haitianos hacia este lado.

Por los aplazamientos a que obligaron las convulsiones políticas y sociales del lado haitiano, quedó paralizada una agenda común que prometía buenos resultados para ambos países.

Ahora se abren las posibilidades de que puedan irse resolviendo las penurias del pueblo haitiano, penurias que solidariamente, pero desbordando nuestras posibilidades, hemos ayudado a atenuar a través de la inmigración furtiva.

La mayor esperanza estriba en que el pueblo haitiano ha puesto en práctica una vocación innegable hacia el orden institucional que le permitiría progresar y contar con un instrumento de interlocución válido para entenderse con la vecindad inmediata y la comunidad internacional. Que así sea.

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