Mientras las expectativas de la ciudadanía ante ejecutorias y realizaciones gubernamentales se están desvaneciendo por los imperceptibles resultados de las políticas y procederes diseñados para encarar nuestras urgencias, el funcionariado gubernamental se está envaneciendo, auto satisfaciéndose y regodeándose, en la ostentación y ejercicio del poder.
Parecería que no se han percatado que ya arribamos a la octava parte del período de Gobierno y que la luna de miel se amarga cada día más, manteniéndose encumbrados en la nebulosa del poder, soñando, sin bajar a la realidad.
Parecen no darse cuenta del incremento de precios de bienes y servicios de primera necesidad, castigando ferozmente a todas la población, especialmente las más necesitadas. Que el sistema bancario ha convertido las “facilidades financieras” otorgadas al iniciarse la pandemia en una fuente para aumentar su rentabilidad y mejorar su cartera. Que las autoridades sanitarias han perdido credibilidad por manipulación de informaciones y peores explicaciones. Que las pérdidas y colapso financiero del sistema eléctrico siguen, amenazando sostenibilidad del servicio. Que nadie explica taponamientos del tránsito a pesar de las restricciones impuestas, desesperando y provocando pérdidas a transeúntes.
Demandas salariales irracionales comienzan a desbordarse agravando desequilibrio fiscal. La permisividad ante protestas como la devolución del 30% de las pensiones evidencia falta de autoridad, connivencia y complicidades. El autoritarismo de agentes cuestiona capacidad de autoridades para impedir desobediencia y desorden.
La calidad del gasto no ha mejorado como creían. Se denuncia que las obras anunciadas y que los créditos a tasa “0” no llegan.
Pretenden compensar fracasos intentando forjar nuevas ilusiones mientras prosigue la abundancia promocional y publicitaria, con mayor cursilería ahora, abriendo nuevos frentes.
El funcionariado sigue con discursos y procederes tan sobreactuados y subliminales que delatan un subconsciente convencido del desvanecimiento de expectativas.
No terminan de creerse flamantes, deleitándose en sus roles. Se visitan mutuamente para posar ante cámaras y promoverse. Suscriben acuerdos para cumplir lo que ya las leyes le obligaban. Se felicitan mutuamente por cumpleaños o sus empleados los felicitan públicamente. Se auto-elogian de alcanzar resultados -“lo logramos”- en base a informaciones despojadas de contextos.
Parecen formar parte de una especie de asociación de elogio mutuo, no de un Gobierno.
Ojalá que en el mensaje que debe emitir el Presidente Abinader el próximo 27 se adopten medidas más contundentes que detengan el desvanecimiento de expectativas nacionales para así contribuir a la sostenibilidad y perfectibilidad de nuestra democracia.
Y que el funcionariado se concentre en procurar mayor eficacia y eficiencia en obtener resultados efectivos sintonizados con urgencias nacionales y preocupaciones presidenciales.
O que dejen camino libre para cumplir con el compromiso asumido con el electorado.